Culos Y Espadas

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¡Después de tres meses, the Big Breaking Off ha regresado!

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El sol no había salido; se suponía que los potenciadores teníamos privilegios especiales, pero en lugar de aprovecharlos, me encontraba blandiendo mi espada para cortar el aire como un lunático.

Arriba y abajo, arriba y abajo.

¡Me dolían los hombros!

—¿Por qué tengo que hacer esto? Ni siquiera el ejército se ha levantado —me quejé a mi instructora, quien aún se veía somnolienta y no tenía ningún reparo en bostesar de manera poco elegante.

—Te lo dije, ayer fue tiempo de relajación; además, no es bueno abusar de los privilegios que tienes.

—¿A qué te refieres?

—Porque ese es el motivo de que los militares odien a los potenciadores... ¿Y desde cuando me hablas sin respeto?

—Desde que trataste de seducirme.

_... Tienes un buen punto —asintió sin darle mucha importancia—. Como sea, el caso es que los militares odian a los potenciadores porque no ven su esfuerzo y aún así, éstos últimos obtienen mayor rango y mejores beneficios.

Ese odio sólo aumentaría si te ven descansando ahora que duermen prácticamente en el mismo lugar. Siendo así ¿crees poder confiarle tu espalda en el campo de batalla a alguien que te odia?

Los potenciadores mueren más seguido en operaciones conjuntas con el ejército que en misiones en solitario, así que, si fuera tú, trataría también de hacer amistad con algunos de ellos —

—Bien, bien, entiendo tu punto; despertarme antes para entrenar ayuda a mi imagen, pero ¿por qué tengo que blandir mi espada como un idiota?

—Oye, yo hago ese ejercicio tres veces por semana —protestó.

—... Repito mi pregunta.

Ella me veía como si quisiera matarme, de modo que aceleré el ritmo.

Sube y baja, sube y baja, sube y baja.

—Te lo dije antes, te mueves como un aficionado; no tienes técnica, elegancia o sutileza. Hacer esto te ayudará a acostumbrarte al movimiento de la espada, a mantener la estabilidad mientras cortas.

Además... —ella sacó una pelota del bolso que tenia en el suelo y me la aventó justo al ojo.

—¡Mierda! —me quejé mientras me sujetaba—. Eso dolió.

—¡¿Por qué no la evitaste?! —y encima me regañó.

—¡Tenía las manos ocupadas! ¡¿Qué debía hacer?!

—Usar la espada ¡¿eres idiota?!

—¡Tal vez debiste avisarme que lanzarías una pelota de béisbol!

—¡Venia frente a ti! ¡¿Cómo no la viste?!

—Estaba viendo la espada.

—¡No veas la espada! ¡Ve al frente!

—¡¿Y cómo sabré dónde golpeará la espada?!

—Bueno ¿es que eres idiota o naciste de culo? —parecía que finalmente se desesperó.

—Primero que nada, auch; segundo, nadie me enseñó a usar la espada —me quejé.

—Lo siento —se agarró la frente—. Quizá fui muy dura —en mi opinión, creo que un insulto así era mejor que recibir las descargas de Jacknife.

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