Capítulo 61

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SESENTA Y UNO

SESENTA Y UNO

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Narrador.

Como Hannah no sabía cuánto tiempo tendría que estar bañándose para desentrañar el enigma del huevo de oro, decidió hacerlo de noche, cuando podría tomarse todo el tiempo que ella quisiera. Aunque no le hacía gracia aceptar más favores de Cedric, decidió también utilizar el cuarto de baño de los prefectos, porque muy pocos tenían acceso a él y era mucho menos probable que la molestaran allí.

Hannah planeó cuidadosamente su incursión. Filch, el conserje, había pillado a Harry una vez levantado de la cama y paseando en medio de la noche por donde no debía, y no quería repetir aquella experiencia. Desde luego, la capa invisible sería esencial, y para más seguridad Hannah decidió llevar el mapa del merodeador que le pidió a Harry, que, juntamente con la capa, constituía la más útil de sus pertenencias cuando se trataba de quebrantar normas.

El mapa mostraba todo el castillo de Hogwarts, incluyendo sus muchos atajos y pasadizos secretos y, lo más importante de todo, señalaba a la gente que había dentro del castillo como minúsculas motas acompañadas de un cartelito con su nombre. Las motitas se movían por los corredores en el mapa, de forma que Hannah se daría cuenta de antemano si alguien se aproximaba al cuarto de baño.

El jueves por la noche Hannah fue furtivamente a su habitación, se puso la capa, volvió a bajar la escalera y, exactamente como había hecho la noche en que Hagrid le mostró los dragones, esperó a que abrieran el hueco del retrato. Esta vez fue Harry quien esperaba fuera para darle a la Señora Gorda la contraseña («Buñuelos de plátano»).

—Buena suerte —le susurró Harry, entrando en la sala común mientras Hannah salía.

En aquella ocasión resultaba difícil moverse bajo la capa con el pesado huevo en un brazo y el mapa sujeto delante de la nariz con el otro. Pero los corredores estaban iluminados por la luz de la luna, vacíos y en silencio, y consultando el mapa de vez en cuando Hannah se aseguraba de no encontrarse con nadie a quien quisiera evitar. Cuando llegó a la estatua de Boris el Desconcertado -un mago con pinta de andar perdido, con los guantes colocados al revés, el derecho en la mano izquierda y viceversa- localizó la puerta, se acercó a ella y, tal como le había indicado Cedric, susurró la contraseña:

—«Frescura de pino.»

La puerta chirrió al abrirse. Hannah se deslizó por ella, echó el cerrojo después de entrar y, mirando a su alrededor, se quitó la capa invisible.

Su reacción inmediata fue pensar que merecía la pena llegar a prefecta sólo para poder utilizar aquel baño. Estaba suavemente iluminado por una espléndida araña llena de velas, y todo era de mármol blanco, incluyendo lo que parecía una piscina vacía de forma rectangular, en el centro de la habitación. Por los bordes de la piscina había unos cien grifos de oro, cada uno de los cuales tenía en la llave una joya de diferente color. Había asimismo un trampolín, y de las ventanas colgaban largas cortinas de lino blanco. En un rincón vio un montón de toallas blancas muy mullidas, y en la pared un único cuadro con marco dorado que representaba una sirena rubia profundamente dormida sobre una roca; el largo pelo, que le caía sobre el rostro, se agitaba cada vez que resoplaba.

Mi patronus ¿Una Potter? Parte I -Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora