capítulo 19

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DIECINUEVE

DIECINUEVE

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Después de alejarse y caminar por varias calles, Hannah se detuvo colocando la jaula de su hurón en la acera.

—Espera un momento, ash—se quejó Hannah enojada mientras se sobaba la mano.

Harry se dejó caer sobre la acera bajo de la calle Magnolia, jadeando a causa del esfuerzo. Se quedó sentado, inmóvil, todavía furioso, escuchando los latidos acelerados del corazón.

—¿Estás bien?—preguntó su hermana al verlo de esa forma.

—¡No soporto vivir con ellos!— dijo Harry furioso.

—Ey, cálmate. Es cuestión de tiempo—dijo Hannah sentándose junto a él—, unos años más y seremos libres.

—No quiero esperar más, Hannah. Yo... Si no fuera por ti estuviera perdido, estaría sólo.

—No estás solo, Harry. Si permanecemos juntos jamás nos sentiremos solos.

Después de estar diez minutos solos en la oscura calle, a Harry le sobrecogió una nueva emoción: el pánico. De cualquier manera que lo mirara, nunca se habían encontrado en el peor apuro. Estaban abandonados a su suerte y totalmente solos en el sombrío mundo muggle, sin ningún lugar al que ir. Y lo peor de todo era que acababan de utilizarla magia de forma seria, lo que implicaba, con toda seguridad, que serían expulsados de Hogwarts. Habían infringido tan gravemente el Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad que estaban sorprendidos de que los representantes del Ministerio de Magia no se hubieran presentado ya para llevarlos a ambos.

Hannah estaba preocupada. Miró a ambos lados de la calle Magnolia. ¿Qué les sucedería? ¿Los detendrían o los expulsarían del mundo mágico? Pensó en Ron y Hermione, y se entristeció más cuando aquel chico de cabello platinado se le cruzó por la mente. Mientras que Harry estaba seguro de que, delincuentes o no, Ron y Hermione querrían ayudarlos, pero ambos estaban en el extranjero, y como Hedwig se había ido, no tenía forma de comunicarse con ellos.

Tampoco tenían dinero muggle. Les quedaba algo de oro mágico en el monedero, en el fondo de sus baúles, pero el resto de la fortuna que les habían dejado sus padres estaban en una cámara acorazada del banco mágico Gringotts, en Londres. Nunca podrían llevar sus baúles a rastras hasta Londres.

Hannah se cubrió con sus piernas por el frío que hacía. La luz de un poste de luz comenzó a parpadear hasta que se apagó dejando todo oscuro. Las calles estaban completamente vacías, no había ningún ruido, solo el sonido del viento, no pasaba ningún auto ni se veía una persona pasar. Se sentía un ambiente pesado. El aire golpeó sus rostros levantando algunos mechones de cabello dejando ver la cicatriz de Harry.

Detrás de ellos se encontraba un parque con juegos de niño, los columpios se movían solos a causa del viento al igual que el resto de los juegos, ambos miraron al frente cuando al cruzar la calle se encontraba una banca y detrás unos arbustos que se movían por el viento, una silueta negra apareció entre estos, sus ojos brillaban, se trataba de un perro que se acercaba poco a poco, lo escuchaban gruñir, ambos se pusieron de pie sacando sus varitas y apuntándole al animal, el perro ladra haciendo que ambos cayeran del susto.

Mi patronus ¿Una Potter? Parte I -Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora