Me costó un infierno reunir la energía suficiente para levantarme al otro día.
Esa era, oficialmente, la peor resaca que había tenido hasta el momento. Me temblaban las manos, me dolía la cabeza y todo me daba vueltas aún. Definitivamente me había excedido. Había llegado tan ebria que ni siquiera me había cambiado de ropa y el lápiz de ojos se me había regado tanto que manché la almohada.
Me di un duchazo rápido y me tomé una aspirina. Llamé a mis padres, aprovechando los quince minutos que faltaban para que llegara Jem, pues el Señor Lyrica lo había enviado para ver que no tardáramos tanto. Cada vez se quejaba más de nuestra impuntualidad.
Papá contestó al segundo timbrazo. Me preguntó cómo estaba y qué tal iba todo con la banda. Le dije que estaba bien, aunque el tono debió traicionarme porque se quedó en silencio un instante. Volvió a preguntarme cómo estaba y yo volví a mentir. No tenía sentido preocuparlo con mis problemas y tampoco tenía tiempo de contárselos de todas formas.
Dijo que me llamaría en la noche cuando le avisé que ya tenía que irme.
Mamá, por otro lado, no me contestó. No me sorprendió.
Llevaba sin responderme desde que me fui de San José. Sin embargo, algo que llamó mi atención fue el hecho de que esa mañana no recibí el acostumbrado timbre rumbando en mi oído, ni me mandó a buzón. Hubo un zumbido agudo y una voz femenina monótona me dijo que el número había sido deshabilitado.
Me quedé mirando la pantalla un momento.
En la noche tendría que llamar a la señora Herrera, la vecina del piso de arriba que estaba al corriente de la violencia que se vivía en el de abajo. Más de una vez amenazó con llamar a la policía, pero algo debió ocurrir porque dejó de saludarnos a mamá y a mí cuando nos cruzábamos con ella.
No obstante, yo tenía su número porque había cuidado a su gato en un par de ocasiones cuando se fue de viaje a visitar a su hermana. Me había pagado bien y me pedía fotos diarias de su amado peludo, un bonito criollo negro de ojos verdes que me miraba con desconfianza subido sobre la despensa.
Sin duda, ella sabría cómo iban las cosas en la casa de Raul y si mamá estaba bien. Hice un esfuerzo enorme por alejar de mí la preocupación que sentía por ella, porque sabía que no era mucho lo que yo podía hacer estando a más de trescientos kilómetros de San José.
Salí del cuarto y fui al de Tomás, donde casi siempre encontraba ya a los muchachos reunidos. Su habitación estaba casi frente a la mía, aunque de manera diagonal.
La puerta estaba entreabierta.
Escuché la risa suave de Alicia, incluso antes de asomarme.
Detenida en el umbral, observé a Tomás sentado en su amplia cama con un bloc sobre la pierna que tenía cruzada. Alicia estaba a su lado y le señalaba algo en el bloc. Hablaban de música. Ella llevaba unos shorts, que aunque modestos, dejaban ver sus piernas largas entrelazadas en los tobillos.
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OUTSIDERS, siempre has sido tú
RomanceTomás es mi mejor amigo y el ser humano en quien más confío. Sólo yo lo conozco completamente; sé cuáles son sus defectos y sus muchas virtudes. Tiene una capacidad increíble para iluminar mi día sólo con verlo. No hay ningún secreto entre nosotros...