Capítulo 22 🎸🎼

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—Por favor, llámame en cuanto llegues, ¿sí? — insistió mi padre luego de darme un largo abrazo.

—Lo haré — prometí, dándole un beso cálido en la mejilla.

Últimamente me estaba haciendo mucho más próxima a papá y menos a mamá, algo que me deprimía por ratos.

A pesar de que yo seguía llamándola todos los días, no me contestaba desde que discutimos en el estudio de Lyrica Records. Me ponía muy triste irme de San José estando enojada con ella y sin saber la clase de suerte que corría con Raul, pero yo no podía hacer nada contra el rencor y los vacíos que ella cargaba. Sólo esperar. Esperar a que ella se diera cuenta por sí misma y decidiera cambiar su vida.

Papá por otro lado, había sabido estar a la altura de las circunstancias.

Había llegado al Escondrijo a las siete de la mañana sólo para despedirse de mí y aunque le repetí que todavía me quedaba dinero de las presentaciones en Sonata, abrió una cuenta para mí y depositó una buena cantidad por si llegaba a necesitarlo estando en otras ciudades. También me hizo prometerle que lo llamaría constantemente para avisarle cómo iba todo.

—Me encanta que estés aquí, pero no quiero que llegues tarde a tu trabajo.

—El trabajo puede esperar, al menos por un día — dijo él posando sus manos sobre mis hombros y mirándome de pies a cabeza con orgullo —. Sé que no he estado en muchas etapas de tu vida y que has estado sola en momentos difíciles, pero quiero que sepas lo orgulloso que me siento de ver la mujer en la que te has convertido. Eras una niña cuando te enamoraste de la música y ella ha sabido corresponderte — acarició mi rostro —. Cuídate mucho y no te olvides tan rápido de mí.

—Hablas como si no fuera a volver. Todavía está pendiente esa cena con tu esposa y tus hijos.

Aún no me sentía con la confianza, la propiedad y el afecto de llamarlos hermanos y no iba a caer en la tontería de referirme a ellos como medio hermanos.

Sin embargo, el semblante de mi papá se iluminó por completo.

—¿De verdad estás dispuesta a conocerlos? — inquirió con una mezcla de ilusión y asombro.

Asentí.

—Son tu nueva familia y si son importantes para ti, también haré lo posible por agradarles.

Mi papá me dedicó una sonrisa cariñosa.

—Tú también eres y serás siempre mi familia, Melissa.

Me quedé mirándolo durante un instante y sentí que los ojos se me inundaban poco a poco. Afortunadamente, Seb acudió en mi rescate.

—No quiero interrumpir, Mel, pero debemos irnos ya si queremos llegar con buen tiempo. La presentación es a las cuatro, pero el Señor Lyrica llamó temprano para avisar que tenemos una cita a las dos de la tarde en una emisora local. Ya está todo en la camioneta — inclinó la cabeza hacia un lado y sacudió la cabeza —. Además, tengo el presentimiento de que si no nos vamos ahora, la mamá de Tomás no lo dejará marcharse.

Volví la vista y en efecto, vi a la señora Ruiz prendida del cuello de su hijo que le sacaba como dos cabezas de estatura. Tomás nos miró y esbozó una mueca de disculpa. Ella sí que tenía unos buenos lagrimones represados en los ojos, pero no era estridente ni dramática en exceso. Se notaba por su expresión plena que sufría la pena de dejar ir a su hijo menor, pero muy por encima de todo, se sentía feliz por él.

Cuando por fin lo soltó, Tomás le dio un beso en la frente y otro en la mano.

La señora Ruiz también se despidió de nosotros uno por uno. Yo la había visto en muy pocas ocasiones, pero en todas había sido muy respetuosa conmigo. Pese a que era una mujer elegante y seguía siendo muy bella, irradiaba un aire de misterio y a veces, de melancolía.

—Ya todo está listo — anunció Tarro cuando le entregó al conductor, un hombre alto, joven y serio vestido de manera casual, la última caja que contenía uno de los tones.

El conductor debía tener mucha experiencia con otras bandas porque acomodo todos los instrumentos en la parte trasera de la camioneta. Las guitarras y el bajo nada más ocupaban un buen espacio. Aunque el Señor Lyrica le aseguró a Tarro que adonde quiera que fuéramos, tendría disponible una batería mucho mejor que la que tenía, él quiso llevar algunos de los platos, tones y por supuesto, sus adoradas baquetas.

—Tú puedes ir adelante — dijo el conductor mirándome de soslayo.

Los muchachos eran delgados y estarían mucho más cómodos atrás.

En uno de sus gestos atentos y galantes, Tarro fue a abrir la puerta del asiento delantero para que yo subiera.

Un escalofrío me recorrió cuando vi sus nudillos morados y en carne viva. Él lo notó y apartó la mano enseguida. Lo miré, pero él agachó la cabeza y esbozó una expresión vacía.

—¡Auuuuuu! — aulló Seb como un auténtico lobo — ¡Nos vamos!

El conductor encendió la camioneta y ya no tuve tiempo de hablar con Tarro.

Mi papá se despidió de mí con la mano. Yo intenté erradicar la preocupación por mi amigo y mostrarme alegre cuando me despedí por el retrovisor.

Nos estábamos lanzando a una aventura nueva, emocionante y sobrecogedora que no nos dejaría salir indemnes a ninguno de los cuatro.


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OUTSIDERS, siempre has sido túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora