Capítulo 38 🎸🎼

251 34 9
                                    


Mis lectores, 


Esta es una de las canciones en las que me inspiré para describir la escena en El Mocaccino en la que Tomás canta Siempre Has Sido Tú

Espero que disfruten muchísimo este capítulo.

💖🥰🎼



¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



Lo primero que vi al día siguiente cuando me desperté fue una rosa sobre mi almohada.

Extrañada y quizá dudando de que fuera real, me froté los ojos y me senté en la cama. Nunca nadie me había regalado rosas o flores en general.

Tomé la rosa por el tallo y la olisqueé, no de una manera romántica como lo hacían las mujeres enamoradas en las películas, sino más bien como un sabueso que está decidiendo si la comida que le han puesto sospechosamente enfrente está envenenada.

La dejé sobre la cama. El rojo sobresaltando de manera llamativa contra las sábanas blancas.

Me levanté y fui al clóset para buscar la ropa que me pondría.

El bajo estaba en un extremo de la habitación, ya que aunque todavía me quedaba una semana exenta de agenda Outsiders, no podía pasar un día entero sin tocarlo, así que lo traje del estudio. Ensayaba con audífonos y un ampli que daba ternura de lo pequeño que era. Un tallo verde sobresalía del estuche medio abierto.

Lo abrí por completo y vi una segunda rosa ensartada entre las cuerdas del bajo.

La llevé junto a la otra y las contemplé durante un instante con creciente intriga.

¿Quién había metido aquellas rosas en mi habitación sin que yo me diera cuenta?

¿Con qué objetivo?

Fui al baño para ducharme y allí encontré otras dos, suspendidas del techo con una cinta decorativa. Me bañé con algo de recelo, convencida de que en cualquier momento me iba a saltar un asesino en serie encima con un cuchillo en la mano, como en Psicosis.

Salí del baño y encontré otra sobre la ropa que minutos antes había dejado sobre la cama. Me giré bruscamente y escruté la habitación en busca del extraño. No había nadie.

Como quince minutos después, Tomás tocó la puerta.

—Hola, Mel — saludó alegremente cuando entró.

Sin previo aviso, se echó sobre mí y me envolvió en sus brazos. La sensación de sentir su cuerpo contra el mío fue maravillosa, pero era un gesto que casi nunca teníamos entre nosotros, excepto cuando a alguno de los dos le ocurría algo triste o por el contrario, muy bueno.

OUTSIDERS, siempre has sido túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora