—Eso es todo por hoy, Melissa — anunció la profesora de natación en cuanto saqué la cabeza del agua.
Me levanté las gafas transparentes y apoyé mis brazos sobre el borde de la piscina para no hundirme.
—¿Puedo quedarme media hora más?
Ella asintió.
—Claro, pero no te excedas de la hora. Uno de los equipos profesionales tiene práctica a las cinco — se quitó el silbato y lo giró en la mano — ¿Vienes el jueves?
Mis compañeros de clase comenzaron a salir del agua.
—Por supuesto — contesté con entusiasmo.
—Muy bien. Recuerda el movimiento de impulso que practicamos — añadió antes de darse la vuelta.
Debido a que la piscina tenía metro sesenta de profundidad y yo medía poco más que eso, me costó alrededor de cuatro clases aprender a mantenerme a flote. Para mí era profunda, pero las olímpicas lo eran más todavía.
Había comenzado con las clases de natación más de una semana atrás como parte de la rutina sana que había elaborado con mi terapeuta.
Un deporte me ayudaría a canalizar las energías y la ansiedad, lo que mitigaría bastante mi síndrome de abstinencia. Estuve debatiéndome entre natación y ciclismo porque no era buena practicando deportes en grupo, algo que me había quedado claro luego de intentar formar parte del equipo femenino de fútbol en el colegio. Con la natación tenía la posibilidad de avanzar a mi propio ritmo sin la presión de sentir que otros dependían de mi desempeño.
Ponerme un traje de baño no me hizo mucha ilusión en un principio porque aunque había batallado bastante por superar la inseguridad en cuanto a mi aspecto físico, se trataba más bien de una cuestión de pudor y mojigatería. Mi ropa siempre era muy discreta y nada reveladora. De hecho, solía ocultar mi pecho porque era demasiado prominente y me molestaba escuchar los comentarios de los hombres en el colegio y en la calle. Poco a poco fui llegando a la conclusión de que no tenía que modificar mi elección de vestuario con el fin de ser respetada. No era mi problema ni mi responsabilidad esconder mi cuerpo como si fuera algo vergonzoso con tal de no suscitar la lascivia masculina.
Sin embargo, y a pesar de que de vez en vez enseñaba un poco más de piel, mi personalidad era reservada y decorosa por naturaleza, así que tenía sentido que mi vestuario fuera un reflejo de todo eso.
Como no tenía bicicleta y poseía un miedo más que irracional a la velocidad y a las alturas, descarté el ciclismo sin pensármelo mucho. Era mucho más práctico comprar un traje de baño y buscar clases de natación en una piscina pública.
ESTÁS LEYENDO
OUTSIDERS, siempre has sido tú
RomanceTomás es mi mejor amigo y el ser humano en quien más confío. Sólo yo lo conozco completamente; sé cuáles son sus defectos y sus muchas virtudes. Tiene una capacidad increíble para iluminar mi día sólo con verlo. No hay ningún secreto entre nosotros...