Tomás es mi mejor amigo y el ser humano en quien más confío. Sólo yo lo conozco completamente; sé cuáles son sus defectos y sus muchas virtudes. Tiene una capacidad increíble para iluminar mi día sólo con verlo.
No hay ningún secreto entre nosotros...
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—Salen en veinte — anunció Juan, nuestro roadie principal.
Era un gran admirador de la banda, conocía todas nuestras canciones y estaba siempre atento a cualquier cosa que necesitáramos. Se esmeraba por hacerlo todo bien y se preocupaba mucho de que estuviéramos satisfechos con su trabajo.
Su amabilidad y profesionalismo eran impecables, pero a pesar de que se lo decíamos a menudo, no dejaba de preguntarnos en qué podía mejorar. Tarro le había ofrecido el puesto de roadie oficial de la banda al ver que él asistía, como fan, a todos los conciertos que dábamos y estaba bastante al corriente de todo nuestro itinerario. Él aceptó encantado, sin poder creérselo del todo.
—Iré a avisarle a Tomás — dijo, percatándose de que no estaba con nosotros.
Tarro, Alicia, Seb y yo nos encontrábamos reunidos en un elegante y amplio pasaje flanqueado por candelabros antiguos en los que ardía el fuego. Las luces multicolores se deslizaban por las piedras y los altos muros que formaban El Coliseo de San Diego, una imponente edificación en la que se celebraban bailes y conciertos operáticos de alcurnia en el siglo XIX.
Lo habían adecuado cincuenta años atrás para convertirlo en sede de concursos importantes, premiaciones nacionales de artistas, periodistas y artistas en general. También era el escenario en donde habían tocado casi todas las bandas que nos gustaban cuando venían de gira por el país.
—Ya voy a buscarlo yo, Juan.
—Gracias, Melissa — contestó él abiertamente aliviado.
Eran muchas las ocupaciones que tenía.
Nos enseñó la ruta hacia el escenario, ya que debíamos subir unas escaleras de piedra y recorrer una larga pasarela que más bien parecía un laberinto.
Dos bandas habían abierto para nosotros y en ese momento estaba finalizando la última.
Me separé de los muchachos y caminé hacia el ala interna del primer piso que estaba reservada para utilería, bodega y vestuario. Habían organizado algunos cuartos privados a modo de camerinos para que los artistas y presentadores se prepararan antes de algún evento.
Alexis y su séquito de seguridad estaban apostados fielmente tras las columnas de piedra. Me echaron un vistazo en cuanto oyeron las pisadas de mis botas resonar sobre la baldosa reluciente. Volvieron a sus gestos insondables de siempre y me contestaron formalmente cuando los saludé.
El cuarto que le habían asignado a Tomás estaba en medio del mío y el de Sebastián.