Tomás es mi mejor amigo y el ser humano en quien más confío. Sólo yo lo conozco completamente; sé cuáles son sus defectos y sus muchas virtudes. Tiene una capacidad increíble para iluminar mi día sólo con verlo.
No hay ningún secreto entre nosotros...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Llegué al estudio corriendo y jadeando.
Iba con cuarenta y cinco minutos de retraso. Lo sabía porque vi la hora en el pequeño reloj en el retrovisor del taxi que me trajo.
Santiago, un amigo de fiesta que Seb me presentó como una semana atrás y que últimamente estaba con nosotros en cada juerga, me había invitado a una fiesta y la tarde se me fue volando. Era un excelente anfitrión y tenía muchos tipos de alcohol que yo ni siquiera había visto. Él nos había recogido a Seb y a mí en su reluciente Bentley verde.
En su casa de campo, que más bien parecía una mansión, ya todo el mundo estaba animado. Había chicas en traje de baño no sólo frente a la piscina sino por toda la casa, la mayoría sin la parte de arriba del bikini. Santiago apareció con una botella de Jagger, un licor que yo nunca había probado y que me gustó nada más sentir su olor. También había varias botellas de tequila blanco con unas extrañas hojuelas brillantes. Como era el licor favorito de Seb, los ojos se le iluminaron enseguida y tendió las manos como un niño malcriado que se antoja de algo costoso en el súper.
Aunque ya estaba medio ebria, me di cuenta del momento justo en que un par de meseros atractivos aparecieron con unas bandejas plateadas, en apariencia vacías. Cuando las descargaron vi un polvo blanco esparcido. Me eché hacia atrás bruscamente cuando me di cuenta de lo que era.
Todos los que estaban alrededor de la mesa esnifaron, Santiago incluido. El rostro de una chica que no aparentaba más de veinte años, se enrojeció de pronto y luego de toser ruidosamente, no pudo mantener el equilibrio y se derrumbó. Los demás, en lugar de ayudarla a ponerse en pie, se rieron a mandíbula batiente. Yo me levanté como pude y la tomé de los brazos. Ella se sacudía de la risa y me costó mucho sentarla porque no ponía de su parte. Cuando se apartó el cabello de la cara, vi que la mejilla ya se le estaba coloreando de un feo tono púrpura por la caída. No se reiría mucho al día siguiente cuando se mirara en el espejo.
Seb se inclinó hacia la bandeja sobre la que aún quedaba un buen resto de polvo narcótico. Yo no dije nada, sólo me limité a observarlo fijamente.
Creí que se metería esa mierda sin pensárselo, pero entonces se volvió hacia mí. Ya habíamos tenido esa charla varias veces. Le repetí hasta el cansancio que no debíamos probar nada que no fuera etílico, pues yo sabía, aun hundida como estaba en el alcoholismo, que de las drogas sería mucho más difícil volver. Le hice prometerme, por su madre y hermana, que no probaría nada de eso y que si lo veía hacerlo, me iría enseguida. Lo dejaría solo en ese inframundo.
Para mi gran alivio, él respetó esa promesa y se apartó de la bandeja. Sin embargo, fue muy triste para mí notar lo mucho que le costó reprimir el impulso y la curiosidad.