Capítulo 21 🎸🎼

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 A pesar de que la mayor afluencia en Sonata se daba los fines de semana, el miércoles previo a nuestro viaje, se llenó totalmente.

No pude evitar revivir la última vez que tocamos, cuando la amiga de Natalia me hizo caer. Las imaginé a ambas riéndose de mí y me pregunté, no por primera vez, por qué a la gente en general le molestaba tanto mi apariencia física. Si a alguien debía haberle fastidiado era a mí, no a ellos. Yo había recorrido un largo camino de auto aceptación en el que comprendí que la primera persona que tenía que quererme era yo misma. Sonaba a frase trillada de psicólogo, pero en cuanto cada quien la profundizaba y lograba en realidad, llegar a apreciarse tanto física como interiormente, la sensación de libertad, felicidad y tranquilidad era inmensa, invaluable.

Aunque yo seguía siendo una persona tímida y reservada, había ganado mucha seguridad. No era la misma Melissa de años atrás que se recriminaba a sí misma tener el aspecto que tenía, la que llegó a sentir tanto desprecio por sí misma debido a la repulsión que despertaba en los demás. Tomás y los muchachos habían tenido mucho que ver con eso.

Ser amiga de ellos, escucharlos hablar de sus sueños, reírse de sus equivocaciones y percibir en ellos esa alegría que nada era capaz de extinguir, me enseñó que yo no tenía que ser perfecta ni encajar con los demás para poder ser feliz. Encajaba con ellos y eso era más que suficiente, más de lo que yo habría podido pedirle a la vida.

La música fue el factor que más me impulsó a superar esas inseguridades, a darle más cabida e importancia a las cualidades y talentos que yo tenía. Y a quererme por completo, tanto por dentro como por fuera.

Como resultado de eso, cada vez me movía con más soltura, libertad y autoconfianza en las presentaciones.

Esa noche era la última vez que tocaríamos en Sonata en un buen tiempo, porque aunque todavía no lo sabíamos, no volveríamos a San José hasta dentro de seis meses y no dos como pensábamos. Fue por eso que me puse como meta disfrutar ese último toque al máximo.

No era algo muy usual en mí moverme en el escenario y menos al principio, cuando me preocupaba tanto fallar en alguna nota y decepcionar a los muchachos. Me angustiaba que las personas notaran mis errores y juzgaran la banda como mala sólo por mí.

Tomás percibió mi miedo enseguida y tuvo una charla muy larga conmigo, como medio año después de conocernos, cuando ya habíamos formado la banda y habíamos hecho algunas presentaciones juntos. Me dijo que la música tenía que ser sentida, que no había que esperar a ser perfecto en ella para vivirla y que debía dejar de temerle a los errores, pues incluso los más grandes músicos y las bandas famosas se equivocaban, así que más me valía acostumbrarme a ellos, hacerlos parte de mí. No se refería a que yo pudiera permitirme ser descuidada, todo lo contrario. Me dijo que la música era como la vida; uno siempre podía buscar la forma de mejorar, imponerse retos y superarse a uno mismo, pero con la convicción de que era más importante la felicidad sentida que la perfección.

OUTSIDERS, siempre has sido túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora