Capítulo 40 🎸🎼

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Fernanda se echó sobre mí y me abrazó cálidamente en cuanto la enorme puerta de madera corrediza se abrió. La preciosa casa en la que vivía quedó a plena vista.

Era una edificación de dos plantas con una elegante buhardilla solitaria y pequeña que hacía las veces de un minúsculo tercer piso. Yo sabía por ella misma, que subía allí cuando tenía bloqueos de escritora. Fernanda la llamada la "buhardilla mágica" porque en cuanto entraba, recuperaba la inspiración de repente.

Y no era para menos. Su casa tenía una vista preciosa que daba a un espeso bosque y estaba rodeada por un bonito jardín cuidado en el que Camilo había plantado algunos árboles frutales. Yo había ido en unas cuantas ocasiones cuando Fernanda me invitaba, a veces con Tomás y otras sola. A medida que él se hacía cada vez más independiente, se mantenía muy ocupado o cansado, pero el cariño por su hermana seguía siendo palpable.

Vi la impresionante sala, totalmente acristalada y con una altura de cuatro metros cuando menos. Como las enormes cortinas estaban descorridas, la chimenea de piedra ceniza era visible desde afuera. Al entrar, saludé a Belén, la empleada del servicio que se encontraba acomodando la loza en las gavetas. Era una señora de mediana edad muy amable a quien Fernanda apreciaba muchísimo. Vivía con ellos en una casita aparte, aunque dentro de la misma propiedad. Fernanda la había mandado a construir años atrás en cuanto decidió que era una persona de entera confianza.

Fernanda me invitó a sentarme.

—¿Quieres un café, jugo o algo más?

Negué con la cabeza y le di las gracias.

—Mi hermano llegará más tarde — comentó ella, al notar que recorría la casa con mi mirada —. Dijo que quería dar una vuelta en su motocicleta para evitar que el motor sufriera un daño debido al desuso tan prolongado.

Fernanda y Tomás no guardaban mucho parecido físicamente, excepto por la expresividad de sus ojos que ambos tenían de un color diferente. Él tenía muchos de los rasgos de la señora Ruiz, que era muy bella; Fernanda se asemejaba más a su padre, según unas fotografías que Tomás me había mostrado. El cabello negro que le caía sobre un hombro resaltaba tanto su piel blanca como sus ojos grises y claros. Llevaba un vestido púrpura con mallas negras que resaltaba muy bien su silueta delgada.

Sin embargo, algo que Tomás y su hermana compartían ampliamente era el amor por el arte y esa sensibilidad que los llevaba a intuir lo que otros estaban sintiendo.

—Espero que no tarde mucho. El conductor quedó de recogernos a las once de la noche.

Me ponía de los nervios que Tomás estuviera manejando esa motocicleta otra vez.

OUTSIDERS, siempre has sido túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora