Sebastián empujó la silla de ruedas en la que iba Tomás mientras yo recibía las muletas que el enfermero me tendió.
—Me gustaría llevarte a mi casa, Tomás — repitió Fernanda por enésima vez, con el rostro contraído por la preocupación —. Ya sabes que sería de manera temporal. Contrataría a alguien para que me ayude a atenderte, bañarte, prepararte la comida apropi...
—En el Escondrijo estaré bien, Fer – masculló él en un tono que buscaba ocultar su molestia, sin lograrlo del todo.
Camilo les dio las gracias a los enfermeros de la ambulancia y ellos se marcharon.
Habían dado el alta a Tomás semana y media después de la cirugía, al ver que sanaba y se recuperaba de una manera tan satisfactoria. Ese tiempo, no obstante, fue más eterno y molesto para él que para nosotros. La misma noche de la operación, cuando volvió en sí, preguntó cuándo podría salir, y a medida que transcurrían los días, comenzaba a exasperarse cada vez más.
El médico nos advirtió que teníamos que estar muy al pendiente de él porque debido a su temperamento tan activo e impaciente, le iba a resultar muy difícil permanecer quieto y en reposo durante al menos dos meses, tras los cuales le quitarían el yeso de la pierna. Los meses de terapia física que necesitaría para la pierna y en especial, para el antebrazo, eran otra cuestión delicada de la que dependía su mejoría.
Sin embargo, yo presentía que Tomás no iba a poner a prueba su paciencia solamente sino también la nuestra. Cuando al fin pudimos entrar a verlo por turnos, tuvimos que detenerlo más de una vez, de levantarse e ir al baño por su cuenta o ducharse solo porque podía caerse, lastimarse y echar a perder la cirugía. Me rompía el corazón ser testigo de la insistencia con que le rogaba al médico que le permitiera dar un paseo corto aunque fuera en la silla de ruedas.
Él, tan acostumbrado como estaba a moverse, saltar, correr, dar volteretas y colgarse de vigas sin pedirle permiso a nadie. Y lo más terrible del asunto era que Tomás creía que podría tener más libertad estando fuera del hospital, cuando la verdadera prisión era su propio cuerpo.
El médico fue muy enfático en que no podía, bajo ningún pretexto, intentar tocar la guitarra hasta que le practicaran otra cirugía dos meses después con el fin de retirarle los pernos metálicos que llevaba para fijar sus huesos radio y cúbito.
Fernanda y yo estábamos ahí cuando expuso aquella precaución tan importante. El rostro de Tomás se ensombreció y pude notar que comenzó a aflorar en él un miedo que no había tenido antes. A partir de entonces, miraba su mano fijamente de vez en cuando. En repetidas ocasiones tuve que reprenderlo porque lo vi intentando mover los dedos como si tocara una guitarra imaginaria.
ESTÁS LEYENDO
OUTSIDERS, siempre has sido tú
Lãng mạnTomás es mi mejor amigo y el ser humano en quien más confío. Sólo yo lo conozco completamente; sé cuáles son sus defectos y sus muchas virtudes. Tiene una capacidad increíble para iluminar mi día sólo con verlo. No hay ningún secreto entre nosotros...