Como la miel 🖤💜

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—No es necesario que lleves mi bajo — replicó ella por tercera vez —. Puedo hacerlo yo.

La miré sin poder ocultar mi exasperación.

La conocía desde hacía apenas una hora y ya sabía que era terca, además de voluble, orgullosa y sumamente desconfiada. Esos defectos aparentes eran en realidad, cualidades muy bien disfrazadas.

—¿Qué no ves cómo tienes el brazo? — mascullé en un tono algo áspero — Tú preocúpate de caminar y de mirar hacia adelante, no sea que te vuelvan a atropellar.

Ella ladeó el rostro y me miró con furia, pero no refutó ni dijo nada. El raspón en su mejilla se estaba amoratando rápidamente, resaltando de forma escandalosa contra su piel blanca.

Vislumbré un café bar desde la distancia. Recordé haber tocado allí con la banda un par de veces, como un año atrás, antes de que Pablo nos dejara tirados y se largara con ese grupo de hippies despeinados que, según él, serían famosos muy pronto.

—Entremos aquí — señalé con un gesto de la cabeza.

Ella me siguió sin protestar.

Una mesera alta con un magnífico trasero nos salió al encuentro. Le pregunté por el baño. Ella me sonrió y se giró con un contoneo provocador. Yo avancé con el bajo a cuestas, hacia el corredor que me indicó.

Me di cuenta de que aquella testaruda no me seguía.

Había aminorado la marcha y miraba a su alrededor con un recelo más que evidente.

—Vamos — apremié —. Si yo fuera un asesino serial, no te habría traído a un lugar público.

—¿Siempre sueltas comentarios tan tontos a los desconocidos? — inquirió ella.

Enarqué una ceja.

—¿Y tú siempre tratas a todo el mundo tan mal? Baja la guardia, que yo no voy a hacerte nada malo.

Entré al baño de mujeres sin volver la vista.

Ella no tardó en asomar la cabeza, antes de que la puerta se cerrara por sí sola. Después de todo, yo tenía su bajo. Lo descargué contra la pared y puse la cazadora sobre el lavamanos de granito.

—Quítate la sudadera.

Se había plantado cerca de la puerta, en el extremo opuesto de donde yo me encontraba. Me miró sin moverse en absoluto.

—Tengo que limpiar esa herida — expliqué lentamente, para que comprendiera —. Dijiste que no querías ir a un hospital.

Ella asintió sutilmente. Descargó la mochila que llevaba y comenzó a despojarse de la sudadera. La tela gris se había oscurecido todavía más debido a la sangre. Llevaba una blusa azul oscuro sin mangas que dejaba al descubierto sus brazos mullidos.

OUTSIDERS, siempre has sido túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora