Me asomé por la ventana justo cuando Tomás subía a la Van de Jem.
Había quedado de recogerme más tarde para cenar en la casa de Fernanda.
El viaje desde Sibelya hasta San José no había sido tan largo como creí, tal vez porque la Van era muy cómoda y Jem era un conductor experto. Apenas tardamos cuatro horas y media en llegar.
El Señor Lyrica había movido la cita de Tomás para grabar en el estudio cuando le dijimos que teníamos planeada una visita rápida a San José. Aceptó, aunque no de muy buena gana. Entendí su molestia enseguida. Ya suficiente paciencia había tenido al darnos ese par de semanas a Seb y a mí para rehabilitarnos.
Sin embargo, también era cierto que nosotros le estábamos haciendo ganar mucho dinero a la productora. No éramos robots y teníamos cuestiones personales y familiares que resolver.
Había enviado a Jem con el argumento de que estaríamos más seguros viajando con él, teniendo en cuenta que nuestros rostros ya eran de dominio público. No obstante, Tomás y yo supimos que con ello pretendía asegurarse de que no nos retrasaríamos ni nos quedaríamos en San José más de lo previsto.
—Debe irles muy bien para que tengan transporte personal — comentó mamá detrás de mí, mirando también por la ventana —. Me alegra mucho por ustedes.
Me volví hacia ella.
El rostro de mamá exhibía cansancio, trasnocho y seguía siendo delgada como siempre. Pero también había en ella una paz y una serenidad que no le había visto nunca.
Llevaba el cabello negro pulcramente peinado en un moño sobre la nuca, ya que recién había salido del trabajo. Había tomado sólo medio turno para poder estar conmigo toda la tarde, algo que me enterneció. Cuando la llamé, antes de salir de Sibelya, esperaba que no me contestara o que no quisiera verme. Su actitud durante los últimos días, por la época en que estábamos firmando con Lyrica Records, me llevó a concluir que quizá ella ya no quisiera saber más de mí, que me consideraba una responsabilidad de la que por fin se había librado.
Pero no fue así. Su tono cuando hablamos por teléfono seguía siendo sobrio, aunque también denotaba una alegría muy inusual en ella.
En cuanto bajé de la Van y la vi, me contuve a pesar de que quería darle un abrazo y un beso. De verdad la había extrañado. Fue ella, no obstante, la que me envolvió en sus brazos de una manera rígida, pero no exenta de cariño.
Subimos a su departamento alquilado que estaba ubicado en un tercer piso. Era un lugar que aunque pequeño, estaba limpio y ordenado.
—Y cuéntame, ¿hace cuánto vives aquí? — le pregunté cuando nos sentamos en un bonito sofá azul, su color favorito. Todavía había plástico de envolver en el respaldo y percibí ese olor particular que desprenden las cosas nuevas.
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OUTSIDERS, siempre has sido tú
RomantizmTomás es mi mejor amigo y el ser humano en quien más confío. Sólo yo lo conozco completamente; sé cuáles son sus defectos y sus muchas virtudes. Tiene una capacidad increíble para iluminar mi día sólo con verlo. No hay ningún secreto entre nosotros...