Capítulo 43 🎸🎼

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Un estruendo apagado me despertó de golpe y me obligó a ponerme en pie al instante.

De inmediato me arrepentí de haberme quedado dormida. Se suponía que estaba en el Escondrijo para cuidar a Tomás, no para echar la cabezada.

Abrí la puerta bruscamente y ahogué un grito cuando lo vi en el suelo.

Estaba envuelto todavía en una nube de mantas y sábanas. La silla de ruedas se encontraba volcada con una rueda aun girando. Algunos de los medicamentos estaban desparramados por el piso.

Como Tomás estaba bocabajo y el cabello castaño le caía sobre el rostro, no pude ver su expresión. Me puse de rodillas a su lado y lo tomé del brazo sano para intentar volverlo hacia arriba. Fue difícil porque él era muy alto y pesado, algo increíble teniendo en cuenta su esbeltez.

—¡¿Qué pasó, Tomás?! — musité angustiada — ¡¿Qué estabas haciendo?!

Le aparté el cabello con suavidad. Sus párpados estaban cerrados con fuerza y supe, por las venas palpitantes de su frente y el gruñido hondo que se le escapó, que se había lastimado e intentaba soportar el dolor como podía.

Busqué el medicamento que le ayudaba con eso y aunque todavía faltaban dos horas, se lo di, yo misma le puse la botella en la boca luego de sentarlo y apoyarlo contra la pared como pude. El efecto pareció ser inmediato porque respiraba con más calma.

—¿Qué estabas intentando hacer? — inquirí, ya un poco más tranquila.

—Necesitaba ir al baño y... la maldita silla de ruedas se movió cuando me apoyé en ella.

—¿Le pusiste el seguro como explicó la enfermera?

Tomás no contestó.

—Lo olvidaste.

Resopló.

—¿Para eso querías que te dejáramos solo? — sacudí la cabeza — Necesitas que te cuiden, te guste o no.

Él agitó la mano derecha.

—Estoy cansado de los regaños, de las prohibiciones, de la comida insípida, del olor a hospital, de los medicamentos y de toda esta mierda, Melissa. No me regañes tú también.

—¿Y qué quieres que haga?

—Que no me trates como a un niño.

—Entonces deja de comportarte como uno y acepta la ayuda de los demás.

Él arqueó una ceja y me dedicó una mirada cargada de ironía.

—Sí, sí, ya sé que yo menos que nadie estoy en posición de predicar sobre eso. El orgullo y la desconfianza me llevaron a situaciones destructivas de las que habría podido salir mucho más rápido si hubiera recurrido al apoyo de otros — alargué mi mano y estreché la de Tomás —. De no haber sido por ti y porque me descubriste en ese estado tan lamentable, es probable que en este momento todavía tuviera una botella en las manos — la voz se me quebró un poco —. Me salvaste de mí misma. Déjame a mí devolverte el regalo.

OUTSIDERS, siempre has sido túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora