Di una vuelta en la cama tan despacio como pude.
Me hubiera encantado no tener que despertar hasta mañana, pero la vejiga estaba a punto de reventarme.
Sin importar la lentitud y la delicadeza con las que me movía, la reacción desmedida de mis nervios no se hizo esperar. La espalda y los costados me dolían mucho, como si me hubiera pasado un tractor por encima. Sentía el rostro hinchado y mi párpado derecho se había cerrado tanto que apenas si alcanzaba a ver la mitad que con el izquierdo.
Tardé en el baño el triple del tiempo, andando de puntillas porque no quería despertar a nadie. Mis piernas temblaban ante la idea de que Raul apareciera frente a mí.
Me había dado la paliza de mi vida y sin embargo, lo que más ocupaba mi mente era el haberles fallado a mis amigos. Al menos tenía la certeza de que ese tipo no había golpeado a mamá después, ya que vi su pecho resoplar mientras me aventaba contra el suelo. Desquitarse conmigo lo había dejado exhausto.
Aun sin encender la luz del baño, pude contemplar las zonas oscuras de mi cara en el espejo. Eso me iba a complicar la vida bastante. Los moretones en el cuerpo eran fáciles de ocultar con ropa, como cuando me puse una de mis bandanas favoritas en la muñeca para tapar los dedos marcados que me había dejado Raul dos noches atrás. El rostro era otra cuestión. Pasarían varios días antes de que pudiera ponerme maquillaje y aunque podía usar lentes oscuros, eso sólo funcionaba en el caso del ojo.
Por lo menos tenía tres días para recuperarme y pensar si era buena idea ir al colegio el lunes.
Estaba ideando en mi mente una excusa creíble para los muchachos mientras regresaba al cuarto.
Me detuve en cuanto vi una sombra familiar de pie junto a mi cama.
Suspiré. Una parte de mí sabía que él no iba a esperar hasta mañana, el domingo o quizá la otra semana, por mucho que yo había rogado porque alguna circunstancia extraordinaria lo mantuviera entretenido y alejado de mí.
Entré y cerré la puerta tras de mí sin hacer el menor ruido.
Caminé hacia la cama con la cabeza agachada. Quizá todo no estuviera perdido y aun fuera posible mantener mi desastre oculto de Tomás si era cuidadosa.
Me tendí en la cama, moviéndome de manera natural para no despertar sospechas.
—¿Qué pasó, Melissa?
Su tono era alto, exigente y estaba cargado de frialdad. Mi nombre completo en sus labios no tenía una connotación favorable.
—¡Shhhh! — siseé — Todos están dormidos y si alguien te encuentra aquí...
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OUTSIDERS, siempre has sido tú
RomanceTomás es mi mejor amigo y el ser humano en quien más confío. Sólo yo lo conozco completamente; sé cuáles son sus defectos y sus muchas virtudes. Tiene una capacidad increíble para iluminar mi día sólo con verlo. No hay ningún secreto entre nosotros...