52. No hagas promesas que no cumplirás.

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Nuestro beso es frenético, como el de unos locos desesperados. Sus brazos me abrazan por la cintura, mientras que las mías palpan sus brazos, quiero encontrar calidez a su lado, necesito volver a ser yo y no una marioneta; me estremezco al notar la fría brisa nocturna, gimoteo un poco y rompo nuestro beso, mi mano va directo a su mejilla y la acaricio mirando sus hermosos ojos, noto que está confundido, no sabe qué hacer ni cómo actuar. Su sonrisa entristecida aparece en su rostro, sé que estoy haciendo todo mal.

Él junta nuestras frentes y cierra los ojos, intento hacer lo mismo. Estos momentos a su lado lo valen, lastimosamente son solo momentos.

—Nuestros padres nos invitaron a una sesión de películas cuando lleguen de su cena, no tardaran.

—No me importa —mis brazos caen sin energía en mis costados.

— ¿Me dirás que ocurre? —niego lentamente, no se lo diré jamás.

—Solo sígueme besando, haz que olvide todo y solo te recuerde a ti.

—Nena, necesito saber que tienes para poder ayudarte, no quiero que sigas así, te lastimas a ti misma, a tu cuerpo, el alcohol no puede seguir siendo tu salida segura...

—No empecemos por favor —suplico—, sé que tengo un problema —por primera vez en mi vida lo digo en voz alta, ya no tengo porque negar lo obvio—, soy una alcohólica —bajo mi cabeza y me acerco para apoyarla en su hombro—, pero no quiero ayuda, no la necesito ahora, solo quédate a mi lado sin importar qué.

Se aleja un poco dejando mi cabeza sin apoyo, no me queda otra más que alzar mi mirada nuevamente, ya estoy un poco despejada, aunque sigo mareada y no pienso mucho en mis actos. Me acerco a él y cojo impulso para enroscar mis piernas en sus caderas, él no protesta y lleva sus manos a mis muslos debajo del agua, jugueteo con nuestras narices, luego con la mía rozo su mejilla, inclinándome hasta que mis labios saborean su piel.

Él empieza a retroceder lentamente, yo aprovecho para dejar un camino de besos, me dirijo a su cuello y lo saboreo, chupo y muerdo su piel suavemente, doy unos pequeños toques con la lengua para tantear, un gemido sale del fondo de su garganta y aprovecho para dejar un espacio entre nuestros cuerpos y que mis manos puedan desabrochar torpemente su pantalón.

— ¿Qué haces? —ríe tiernamente.

No doy respuesta, aunque el agua ralentiza mis movimiento sé lo que quiero hacer, bajo un poco sus pantalones y beso sus labios para desconectarlo del mundo, quiero tenerlo aquí y ahora.

—Sus padres llegarán en diez minutos, por favor salgan de la piscina inmediatamente —me quedo inmóvil y todo mi cuerpo tiembla al escuchar su voz.

Damián abre los ojos sorprendido y ambos volteamos a mirar donde proviene la voz. Nos soltamos al mismo tiempo e intento alejarme un poco, pero es muy tarde, ella nos ha visto, ella sabe lo que está pasando. Quiero encontrar palabras adecuadas para una explicación.

—Carol... —murmuro.

—No tarden, los espero en la cocina —nos da la espalda y camina lejos de nosotros, cuando vemos su silueta desaparecer por la entrada al minibar puedo por fin respirar.

Estoy en estado de shock, no puedo creer que haya sido tan insensata, estuve tan confiada porque nadie sospechaba y bajé demasiado mis defensas. ¿Qué le voy a decir a Carol? ¿Cómo le explico lo que acaba de ver? ¿Y si le dice a mi padre? La sola idea me provoca nauseas, mi vida se acabaría en un parpadeo.

Camino en estado robótico hasta la orilla de la piscina, salgo por las escalerillas chorreando y temblando, aunque no sé si por el frío o el miedo, me dirijo hacía el minibar, pero cuando estoy a punto de entrar me invade el pánico. Pego un grito ahogado y tapo mi boca con ambas manos.

Las reglas del deseo | 1.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora