12. He soñado contigo.

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Sonrío y así paso las horas siguientes, con las mejillas curvadas hacia arriba como si estuvieran pegadas con silicona. Casi no digo palabra y tampoco es que sean necesarias, Laura empieza su relato de tres horas contándonos todo lo que pasó con Damián, de vez en cuando se me escapan algunas muecas de desagrado y frustración, pero ella ni las nota, aunque Alex parece que sí, porque se me queda mirando fijamente.

Almorzamos en un restaurante en el centro comercial y mi frustración empieza a ser tanta que se nota en mis pocas ganas de comer, no me gusta que ella esté idealizando y endiosando tanto a Damián. Me fastidia.

Cuando terminamos de comer me despido de mis amigos, les digo que los veré pronto y que nos mantendremos en contacto, aunque la verdad es que no planeo cumplirlo, Laura ya me tiene harta. Tomo un taxi para ir a mi casa y en el camino me pongo a pensar en la posibilidad de tener un auto, pero termino desechando la idea, me da miedo de solo pensar en conducir.

Lo recuerdo como si fuera ayer, el día del funeral de mi madre quería quedarme encerrada llorando en mi habitación, llevaba días sin comer y me desmayaba constantemente. Pero, tenía que levantarme, ser fuerte, y ver como enterraban bajo tierra a la persona que más amaba. Carol no quiso acompañarnos porque sentía que era demasiado para ella.

Cuando todo acabó, empezó mi terror, no pensé que papá se embriagara como un loco en medio del entierro.

«—Papi, deberíamos llamar a Carol para que mande a alguien a recogernos —dije con inocencia, mi voz era apenas audible, había llorado y gritado tanto que me había quedado ronca.

Mi padre se sentó en el asiento del conductor y me dijo que me colocara a su lado, sabía que era malo, mi madre me había dicho tantas veces que ese asiento era solo para los adultos, pero mi padre me gritó con fuerza y varios de los que todavía estaban en el cementerio nos miraron con lastima, odiaba la lastima, me senté con mi padre para evitar más miradas.

Él empezó a conducir, yo tenía mucho miedo, y este aumentó cuando empezó a hablar con odio tiñendo cada una de sus palabras.

—Eres igual que tu madre —tomó una botella de licor, bebía con una mano, conducía con la otra, apreté con fuerza mis muslos con mis manos, y lo miré con mis grandes ojos—. Ella me dejó.

—Ella siempre estará con nosotros —intenté consolarlo, cada vez me sentía más nerviosa.

—Y me dejó contigo, su copia barata —dijo con desprecio mirándome de arriba abajo.

Empecé a derramar lágrimas, pero no perdí el control.

—Papi, mira al frente —dije con miedo.

— ¿Crees que puedes mandarme? Tu nunca serás ella, no eres suficiente para ser ella.

Más lágrimas, más miedo.

—Papi, sé que duele... por fi... por fi papi —no dejaba de mirarme, el auto empezó a ladearse de un lado al otro con violencia, empecé a gritar—. ¡Papi! ¡Por favor papi!

— ¡Cállate! —me gritó. Empecé a sollozar.

—Perdón, perdón —empecé a disculparme por algo que no había hecho, pero... ¿Qué más podía hacer una niña de 10 años? —, prometo que no te molestaré, es mi culpa que mamá muriera, lo siento, porfi papi, deja de conducir.

Mi padre detuvo el auto bruscamente y me golpeé la cabeza contra la ventana. Dolió, pero dolieron más sus palabras»

—Señorita, señorita, ya llegamos —vuelvo a la realidad, siempre me sumo a mis recuerdos y me olvido del presente. Le sonrío al taxista y le pago.

Las reglas del deseo | 1.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora