No sé cómo conseguí volver a dormirme, pero lo hice. No quería alejarme de él, no cuando su cuerpo abrazaba al mío de esa forma protectora, me sentía bien entre sus brazos. Así que me recuperé de mi pesadilla y lo abracé de igual manera, cerré mis ojos con fuerza y me dormí.
Siempre he querido ser diferente, que mi mente no me recordara tantas desgracias pasadas, por unos años deseé solo recordar las risas, los abrazos y cenas familiares, las bromas, los arrumacos, a mi padre siendo el dueño de mi corazón y cargándome en sus brazos como si fuera una pluma, a mi madre pidiéndole entre risas que me bajara y que nos sentáramos a comer. Cuando me di cuenta de que lo más feliz era lo primero en desaparecer de mi cabeza, me acostumbré a mis pesadillas, al menos así volvía a verla.
—Bella —escucho su susurro en mis oídos, quiero seguir durmiendo y aunque esa voz es música para mis oídos, no quiero que interrumpa mis horas de sueño—, bella, me tengo que ir...
¡¿Qué?! Abro los ojos con rapidez y me levanto de sopetón. Por unos segundos estoy desubicada, observo a mi alrededor y me lo encuentro con una sonrisa gigante que no puedo devolver, algo dentro de mi me regaña mentalmente, estoy rompiendo las reglas.
No quiero decir nada que pueda arruinar su buen humor así que miro hacía las cortinas, están entreabiertas y todavía es oscuro afuera, debe ser de madrugada.
—Bella —llama mi atención, volteo para verlo nuevamente y lo detallo. Acaba de tomar una ducha, lo sé porque tiene el cabello mojado y despeinado.
Tiene un traje similar al de ayer, su camisa blanca está un poco arrugada e intenta abotonarse las mangas mientras habla. Sus pantalones son negros, con un cinturón del mismo color, todo con unos zapatos de punta bien betunados. Se viste como mi padre, elegante, pero sin gracia, aunque con su cara todo se vuelve más atractivo.
—Ey... —susurra de una forma encantadora—, no quería dejarte sola sin avisar, dormí demasiado bien, tanto que se me olvidó que debía trabajar —se ríe, aunque no le llega la sonrisa a los ojos.
— ¿Trabajar? —no puedo evitar preguntar, aunque me respondo a mi misma después de formularla. Sigo atontada por el sueño
—Si —suspira, se dirige a su escritorio, abre un cajón y saca un peine de el, es chistoso ver como intenta echarse todo el cabello para atrás—. Mientras él se acuesta con mi madre yo estoy aquí, resolviendo sus mierderos —gruñe con rabia, demasiada rabia—. Lo positivo es que se la devolveré acostándome con su hija —me guiña un ojo.
—A este ritmo moriré virgen —bromeo y ambos reímos.
—Deberías hablar con Grace, decirle que esto no te gusta, ella no es como mi padre, algo me dice que entenderá.
—Lo sé —resopla, detiene todos sus movimientos y noto como se pierde en sus pensamientos, cuando regresa a tierra firme no es como antes, odio verlo cada vez más triste y frustrado—, lo que pasa es que no quiero decepcionarla. Ella ya ha sacrificado mucho por Marvella, esa compañía ha sido su vida y espera que sea la mía.
— ¿No estudiaste literatura? ¿Eso no es un claro ejemplo de que los negocios no te importan?
—Bella... —se sienta a mi lado en la cama y sonríe con nostalgia—. Si, estudié literatura, me dedico a algunas actividades con mi carrera, pero siempre he intentado ayudar sin dejar mis sueños de lado, jamás me sacrifiqué. Contraté a alguien que se encargara de lo que yo no podía, ella aceptó. Sé que le costó aceptar que este no es mi camino, le sigue doliendo... lo veo cuando me mira, lo siento en cada una de sus palabras.
—No es tu culpa —me acerco a él y alzo mi mano para acariciar tiernamente su mejilla, Damián cierra los ojos unos milisegundos, cuando los abre me quedo inmóvil por ellos.
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Las reglas del deseo | 1.0
Teen FictionDel odio al amor hay una delgada línea, y a veces entre más intenso es el odio, más inolvidable se vuelve el amor. Amanda Kane siempre ha sido la chica perfecta a los ojos de todos, ha organizado y planeado cada aspecto de su vida, sin embargo, todo...