53. Nunca creí en los finales felices.

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Lo que me faltaba, una noche familiar organizada por Grace, mi alegre madrastra que parece tener energías inagotables. Después de nuestra conversación con Carol, ambos tomamos el té caliente que nos preparó y en silencio nos embargó, cada uno se sume en sus propios pensamientos.

—Iré a cambiarme, nuestros padres no pueden vernos así —suspiro, en mi voz se nota la falta de energía que tengo. Él no responde y no soy capaz de mirarlo.

Camino hacía mi habitación y decido darme una ducha, me siento pegajosa, sucia, horrible. La mirada de decepción que me lanzó Carol definitivamente me hizo replantearme muchas cosas, más que nada me abrió los ojos, porque estoy tratando todo este asunto de forma muy relajada y no estoy pensando en los problemas que mi impulsividad puede acarrear.

Me doy una larga ducha, me lavo el cabello para quitar el olor a cloro y salgo con la toalla enrollada en mi cuerpo, alguien toca mi puerta y me detengo mirando la puerta.

—Amanda, hemos llegado, los esperamos en media hora en el cine —me dice mi padre.

—Okey —respondo sin más.

«No hagas promesas que no cumplirás» Esas palabras no desaparecen de mi cabeza, Carol las pronunció con tanta seguridad que me hizo dudar de absolutamente todo. Lanzo un resoplido alto y tuerzo los ojos, estoy agotada de tanta mierda.

Decido colocarme una prenda demasiado sensual para una noche familiar, un conjunto de satén dorado conformado por una blusita con tirantes y unos pantalones cortos, también me coloco una bata transparentosa, pero lo suficientemente pudorosa.

—Tengo que portarme bien —le digo a mi reflejo en el espejo.

Damián es importante para mí, por lo tanto, debo dejar de comportarme como una autentica desgraciada con su madre. Tampoco quiero arruinar todo el progreso que hemos tenido con mi negativismo y mal humor, quiero disfrutar mis momentos junto a él sin estar pensando en mi padre.

—Amanda... —tocan mi puerta, es Damián—. ¿Estás lista? —pregunta tímidamente.

— ¡Si! ¡Ya voy! —busco unas pantuflas negras y corro hacía la puerta, la abro y muestro una de mis mejores sonrisas.

Sus ojos principalmente están en mi rostro, pero luego se dirigen más abajo y me examinan por completo, una emoción extraña me embarga cuando sus mejillas se tiñen un poco de rojo, me gusta causar esa impresión en él. Su sonrisa se forma y aparecen sus dos preciosos hoyuelos.

—Lista para el cine... ¿Familiar? —alza una ceja inquisitivamente a la vez que pasa la mano por su despeinado cabello.

—Obvio hermanito —le guiño un ojo divertida y salgo al pasillo—. ¿Te gusta mi pijama?

—Me gustaría quitártela —murmura coquetamente.

La tensión que había entre nosotros desaparece, mientras caminamos empezamos a bromear sobre los motivos de mi pijama olvidándonos por completo lo sucedido por Carol, es lo que necesitamos. Ambos entramos al minicine con sonrisas en el rostro, sin embargo, estas se borran casi inmediatamente.

Mi padre y Grace están compartiendo un apasionado beso en mitad de toda la pantalla.

— ¿Necesitan un momento a solas? —gruñe Damián en una voz sepulcral, hasta yo tiemblo.

—¡Ya están aquí! —Grace es la primera en separarse como si no hubiese sucedido nada, se acerca a nosotros con una sonrisa gigante en el rostro y está a punto de abrazar a su hijo cuando este la esquiva.

—Amanda, ¿No tenías más pijamas? —me regaña mi padre acercándose a nosotros.

—Anderson, deja que la niña que se vista como quiera —le gruñe Grace a mi padre—, además, estamos en familia, no pasa nada.

Las reglas del deseo | 1.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora