21. Por las buenas o por las malas.

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Le pido a Damián que se detenga, bueno, no se lo pido, prácticamente hago un mal paso y caigo al piso de culo, como siempre yo pasando vergüenza. Damián es un perfecto bailarín, quién diría que la bestia de quinta lograría excitar a toda la población femenina mientras mueve su cuerpo al ritmo de la música, si así baila como será en... ¡No! Por favor, Amanda, no vayas por ahí.

Bailamos aproximadamente dos canciones antes de que yo cayera al piso como una tonta borracha hasta las trabas; bailar con Damián es un tormento y más porque nuestra distancia siempre fue respetuosa para no captar la atención malintencionada de nadie, ni siquiera rozamos nuestros cuerpos, pero no pude dejar de detallar cada facción de su rostro en todo momento y sabía que la intensidad de nuestras miradas estaba cobrando factura en mi pobre cuerpesito.

Él me ayuda a levantarme, nuestros ojos se miran con profundidad y en esos momentos la música, las personas y mi borrachera desaparecen; sus ojos son bellos, todo de él es bello.

—¡Nos vamos! —me grita para escucharlo por encima de la música, niego con la cabeza, no quiero irme, todavía es temprano—. Amanda, no te estoy preguntando —me susurra por el oído antes de arrastrarme entre la gente, no me deja siquiera despedirme de mis amigos.

Frunzo en ceño y quiero protestar, me concentro en el movimiento de mis pies y en no volver a caerme como una perdedora; empiezo a sentir frío mientras nos alejamos de la gente y del ambiente espectacular en el cual me estaba divirtiendo. Refunfuño para mis adentros insultándolo con todo lo que tengo, quiero quedarme más tiempo.

Miro a mi alrededor y noto que ya hemos llegado al parqueadero, está oscuro y no veo a nadie lo cual es muy raro, es el perfecto lugar para enrollarse... enrollarse. Sonrío con malicia y me alejo de Damián para correr hacía nuestro auto.

— ¡Eh te vas a caer! —me llama Damián.

No le presto atención, en vez de subir al auto decido rodearlo y sentarme en el capó, mi inestabilidad me juega una mala pasada y no puedo subir mi cuerpo ¡maldito Jeep!

— ¿Qué haces? —ríe Damián cuando me alcanza, se cruza de brazos y me mira con diversión.

—Quiero sentarme aquí —hago un puchero.

—Amanda... de cosa caminas —se acerca a mí y retrocedo de un respingo; su sonrisa se ensancha—. ¿Qué haces?

—Es que... es qu-e tú te me acercas así de así —hago señas con mis manos mientras hablo.

— ¿Te pongo nerviosa? ¿Todavía? —su voz cambia de tono instantáneamente al igual que su expresión, una media sonrisa maliciosa sale a flote y mis planes de seducirlo en la oscuridad y tomar la delantera se han ido para el caño.

Mi corazón late desesperado y comprendo que será demasiado difícil para mí si quiera sorprenderlo.

—Deja y te ayudo —se acerca con lentitud y me quedo inmóvil cuando coloca sus manos en mi piel, justo en la abertura que deja el top y los shorts, siento que su tacto quema y quiero seguir sintiendo esa sensación.

Damián me alza y quedo encima del capó.

No puedo dejar de mirarlo y mucho menos cuando sus manos empiezan a acariciar mi piel y bajan lentamente hasta posarse en mis muslos desnudos, trago grueso cuando se coloca en medio de mis piernas.

—Ahora, estas aquí... ¿Qué planeas? —me encanta su expresión divertida y relajada. Me gustan estos momentos donde está tan relajado, parece un joven y no una copia de mi padre.

—Yo... ju... esto... —Amanda... ¡Cálmate!. Cierro mis ojos y decido tranquilizarme un poco, el alcohol me pone pendeja, el alcohol y Damián.

Agarro su cuello y lo atraigo hacía mí, acercándome a su rostro, nos quedamos tan solo a unos cuantos milímetros.

—Estaba jugando Amanda... —susurra en mi oído.

—Yo quiero jugar... —me alejo un poco solo para inclinar mi rostro e intentar juntar nuestros labios.

—Aquí no, nos pueden ver... —sus labios rozan los míos, pero bajan y empiezan a besar mi barbilla, luego empieza a dejar un camino de besos húmedos por mi cuello, los cuales hacen que mis piernas se tensen a su alrededor—. Me estas volviendo loco.

—Estamos de acuerdo en algo —bromeo mientras intento que la voz no me falle.

—Necesito tocarte, necesito tenerte —suena como una súplica que me enloquece, en estos momentos hasta yo misma le suplicaría que me tocara.

—Tócame... —mis palabras quedan interrumpidas por el sonido del celular de Damián y gruño frustrada cuando se aleja con demasiada rapidez, dándome la espalda para contestar la llamada.

¡What! Me ha dejado cortada. Pero... ¡¿Qué le pasa?!

Me bajo del capó del auto refunfuñando, estiro mis brazos y empiezo a jugar al avioncito, caminando de un lado a otro, balanceándome y haciendo sonidos raros por mi boca, todo para distraer la excitación en la que me ha dejado Damián. Lo odio. ¿Cómo se aleja así? Maldito, maldito, maldito.

—Nos tenemos que ir —escucho su voz, pero no me detengo, me ha dejado iniciada por contestar el celular, que se aguante—. Amanda, tú papá está furioso, quiere que ambos vayamos a casa cuanto antes.

Me paro en seco y lo miro alarmada ¡¿Qué?! ¿Papá? A él jamás le ha importado si llego a casa o me quedo borracha tirada en un andén.

—Amanda... —Damián empieza a hablar de nuevo, pero no le presto atención, en vez de eso me echo a reír con nerviosismo—. Tenemos que irnos —repite, ahora menos que me quiero ir.

—Ne, yo mejor buscaré alguien que me quite las ganas —suelto como si nada, cuando me doy cuenta de mis palabras me tapo la boca y vuelvo a reír. Damián se pone blanco como el papel.

— ¡¿Qué?! —chilla y da dos pasos hacía mí.

Le saco la lengua y retrocedo, no dejaré que me atrape, es más, estoy dispuesta a distraerlo hasta que baje las defensas y volver a mi fiesta; aunque la verdad es que estoy demasiado mareada y no sé dónde están mis amigos, no me gusta estar sola en este estado y sé que lo mejor sería obedecerle, pero, me encanta ver su carita enojada. Je.

— ¡Mira como estas! No puedes ni caminar, mucho menos pensar.

—Rrrr —le ronroneo y hago las garritas de mis manos como un gatito.

— ¡Dios mío! ¡Me metí con una loca! —exclama llevándose las manos a la cabeza.

—Loca por ti, bebé —bromeo y la seriedad vuelve a teñir su rostro.

—Vamos a ir a casa o por las buenas o por las malas, pero no planeo dejarte aquí sola.

¡¿Qué?! ¡¿Este que se cree?! A mí nadie me dice que hacer y mucho menos me amenaza de esa forma. Le doy la espalda dispuesta a irme de nuevo hacía la fiesta, él puede devolverse solito, ahora la que está enojada y no quiere jugar soy yo.

A mí nadie me dice que hacer.

No planeo irme y punto.

Las reglas del deseo | 1.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora