Epilogo

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— ¡Deja ese celular! —me gruñe mi madre, me tiene fastidiado.

Estoy haciendo esto por ella, vine aquí, a esta ciudad, viviré en esa casa, con esos dos desconocidos, solo por ella; no confío en su nuevo y repentino matrimonio, no me agrada ese hombre y mucho menos me agrada la forma en que todo sucedió, pero mi madre es una mujer hecha y derecha, jamás me interpondría en sus elecciones de vida, así que no me queda otra que dejarme arrastrar.

—Estoy investigando —le gruño y vuelvo a ver mi celular.

— ¿Investigar qué? —está enojándose cada vez más, sé que en cualquier momento explotara.

—A esa familia de extraños con los cuales compartiré mi hermosa y deseada presencia, mamá —la última palabra la pronuncio con un tono que sé que la desespera.

— ¿Cuántas veces miraras esas fotos? —me reprocha—, ya tienes la cara de ellos marcada en tu cabeza —y si que la tengo, en particular la de una chica muy hermosa con la cual me tocará convivir.

No sé qué me pasa, cuando vi las primeras fotos me entró un desespero horrible, más que nada porque observaba al imbécil que se atrevió a desposar a mi madre sin siquiera avisarme, imaginé las mil formas de asesinarlo por si quiera mirar a la mujer que más amo en la vida, pero como soy un caballero decidí no expresar ninguno de mis oscuros pensamientos.

No quiero que mi madre me golpeé, puedo ser mayor de edad, pero nunca escaparé de sus sonoras chancletadas.

Luego de haber asimilado al idiota mis ojos la recorrieron a ella. Era extraño porque había conocido muchas chicas guapísimas en mi vida, pero algo en ella era diferente, me di cuenta de su vacío, de esas sonrisas falsas y encontré algo de tristeza. Estaba proyectándome en ella y eso no estaba bien.

Por que luego de la proyección vino la atracción, y entre más investigaba, más me gustaba. Así que lo positivo de todo esto es poder conocer a esa chica que parece un terremoto andante.

—Damián, pórtate bien —suplica mi madre y noto que el auto ya se ha detenido.

— ¿Cómo podría comportarme mal? —sonrío picaronamente.

—Te voy a cachetear, lo juro por mi madre que en paz descanse, quiero que seas un príncipe azul y dejes tu arrogancia a un lado.

—Madre, mi arrogancia es lo mejor, y cuando sea un príncipe azul yo de ti me preocuparía, no creo que quieras que suenen campanas de boda tan pronto, opacaría tú repentino matrimonio.

—Diosito santísimo, que hice yo para merecer esto —me golpea el brazo y ambos reímos.

De repente el auto se detiene y mi corazón palpita con fuerza cuando mi madre se baja del auto y camina hacía nuestra nueva familia. A través del oscuro vidrio la veo a ella, no puedo mirar a nadie más que a ella, siento una curiosidad inmensa.

Mi madre grita algo que no logro comprender, pero sé que es mi hora de bajarme del auto, cuando lo hago camino decididamente hacía ellos.

Siento como sus ojos me recorren entero, y me siento cada vez más nervioso. ¿Tendré que vivir con esa chica? ¡Es el deseo personificado! Mi madre me va a matar, es lo único que tengo asegurado.

Me coloco enfrente de mi madre y le sonrío con fastidio, estoy estresándome de este numerito; mi madre me asesina con sus ojos y me quita los lentes con rapidez.

Blablabla. Me regaña, se hacen presentaciones con el imbécil que quiero asesinar y llega el turno de que me la presenten.

—Hola —me saluda con amabilidad y en mi rostro se forma una sonrisa. Ella tiende su mano y yo muero por aceptarla, pero prefiero colocar mi mano en su cabeza y la acaricio como si fuera un lindo perrito.

Recuerda Damián, es un lindo perrito, no la posible causante de que tu madre te coja a golpes con una chancla.

Mamá, no me mates.

Las reglas del deseo | 1.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora