26. Bella, siento que algo te pasó

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Quiero vomitar. Me estoy asfixiando, no tengo escapatoria. Cubro mi rostro con ambas manos y empiezo a sobarme con ellas. Mi padre se ha ido dejándome sola y con un millón de pensamientos atormentando mi cabeza.

Estoy desesperada y no quiero perder el control, no ahora, mis ojos pican y están un poco humedecidos, intento contenerme para que ni una sola lagrima se deslice por mi mejilla, él no lo merece, jamás lo merecerá, ya he derramado muchas lágrimas por su culpa.

Lagrimas de tristeza, de odio, de desesperación, de anhelo, lagrimas soñadoras que guardaban esperanzas por un hombre que estaba perdido. Me repito a mí misma que yo no lloro, no quiero demostrar mi debilidad por su culpa, pero mis ojos empiezan a arder y mi cuerpo a temblar.

Descubro mi rostro y no pienso, solo actúo, corro hacía la piscina y hago un clavado, el agua helada me golpea y me recibe gustosa, me sumerjo hasta lo más hondo y me permito gritar. Me derrumbo sin querer salir a la superficie y trago demasiada agua en el camino, quiero quedarme ahí, escondida, sin embargo, siento mi cuerpo colapsar y no tengo la valentía suficiente para acabar con mi vida de esa manera. Me impulso hasta la superficie, toso e intento tomar aire.

¿Por qué no puedo tener un papá? ¿Es mucho pedir? Solo quiero a alguien que me abrace en mis noches de pesadillas, que me aliente cuando no puedo más, que me acompañe a visitar la tumba de mi madre y me cuente historias de ella. ¿Qué hice yo para merecer tanto odio?

Miro hacia el cielo y no puedo aguantarlo más, necesito huir o me perderé a mí misma, conozco esta sensación, me pasa seguido y por su culpa, no puedo controlar mi ansiedad y mi necesidad, eso solo me hace sentir peor cuando recuerdo sus palabras. Nado con rapidez hacía la orilla y salgo de la piscina para sentarme en la orilla y abrazar mis rodillas, intento acurrucarme y pensar que yo puedo contra esto, que él no tiene la razón.

Puedo resistirlo, no soy como él, no estoy pasando lo que él; solo lo dijo para herirme, para hacerme dudar de mí misma, para debilitarme, pero... ¿Y si tiene razón? No, no puede tenerla, yo soy diferente, yo puedo controlarme y no soy ninguna alcohólica.

Cierro los ojos y empiezo a contar mentalmente, necesito pensar, lo que sucedió hoy no puede repetirse, a partir de hoy mis movimientos tienen que ser pensados sigilosamente, actué por impulsividad y le mostré mis débiles cartas a mi padre, unas cartas que él hizo pedacitos en cuestión de minutos. Tenía muchos planes en mi cabeza, planes que tendré que organizar y volver a estructurar, lo único seguro es que la compañía será mía, mía y de nadie más, no necesito un idiota a mi lado para manejarla, trabajaré para obtenerla y le demostraré a los demás mis capacidades, así me toque ganarme a los accionistas uno por uno.

Me levanto empapada, necesito ir a mi habitación, esconderme, la garganta me arde y me digo a mi misma que solo será un trago, puedo dejarlo cuando desee. ¡Yo no soy mi padre!

Me meto a la casa, subo las escaleras y cruzo a paso rápido el pasillo, la puerta de Damián está abierta y algo me dice que se encuentra ahí, no me detengo y me encierro en mi refugio. Cierro los ojos con fuerza mientras mi espalda se desliza contra la puerta cerrada, termino sentada y con los ojos aguados.

Sé que me ha visto, lo siento, es raro, pero lo siento. Solo espero que no venga, ahora solo necesito un trago y pensar en nuevas estrategias para vencer a mi padre. Sin embargo, la suerte no está de mi lado y no pasa mucho hasta que alguien toca mi puerta. Empiezo a masajearme las manos y mis temblores se hacen más fuertes. Cierro mis ojos intentando concentrarme.

—Amanda, abre, te he visto... —dice con voz tranquila, niego con mi cabeza y no emito ni un solo sonido—. No me iré hasta que me abras.

No, no bestia, vete, necesito que te vayas o diré cosas que me arrepentiré, en este estado no me controlo a mí misma.

Las reglas del deseo | 1.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora