48. Yo te veo a ti.

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Había despertado entre sus brazos, los rayos del sol se colaban por las cortinas y disfrutaba por completo estar así, a su lado. Cuando abrió sus ojos me regaló una de sus hermosas sonrisas me sentí feliz, sin embargo, tuvimos que darnos un beso de despedida y vestirnos para fingir que nada había pasado entre nosotros, cuando atravesé la puerta de mi habitación me dirigí a la ducha, recordé todo lo que sucedió hace unas horas y me sentí dichosa.

El día pasó con rapidez, todo sucedió de forma habitual. Desayunamos en familia, almorzamos en familia y para mi desgracia también cenamos en familia, pues nuestros padres no nos quisieron dejar en paz. En todo momento evitamos mirarnos, ni él ni yo éramos tan buenos actores para fingir que nos seguíamos odiando cuando realmente nos deseábamos con intensidad. Cuando la luna tomó protagonismo en el cielo, ambos estuvimos chateando, esperando el momento apropiado para salir sin despertar sospechas.

La brisa cálida golpea mi rostro, cierro los ojos para disfrutar mejor de la sensación. La música rellena nuestro silencio, Damián es muy fan de Lewis Capaldi, así que solo escuchamos sus canciones una y otra vez. Él está feliz, canta, sonríe, me mira de vez en cuando, y vuelve a concentrarse en la carretera.

— ¡Ya dime! ¿Dónde vamos? —ya no puedo aguantar la curiosidad.

—No arruines nuestra cita —sonríe. ¿Acaso ha dicho cita?

Asiento y me sumo en mis pensamientos, estoy rompiendo todas las reglas, pero no quiero pensar en eso, necesito disfrutar de lo que sea que tenemos. A veces quiero huir y terminar todo esto, sin embargo, miro sus ojos brillando de emoción y se me quita la maricada.

No sé que es amor, nunca lo he sentido al completo, nunca he podido experimentarlo, al menos no que recuerde, hubo un tiempo en que era amada, hasta que dejé de serlo.

Mi madre me amó hasta que murió.

Mi padre quizá fingió amarme toda mi vida.

Jamás acepté el amor de Carol por temor a herirla, me odiaba por arrastrarla conmigo al infierno, jamás disfruté de lo que ella podía darme. No me lo permití.

Hui cada una de las veces que alguien confesaba sus sentimientos por mí, simplemente no podía corresponder algo en lo que no creía.

El amor es complicado, no sé cuándo se deja de querer para empezar a amar, no sé cuál es la línea entre un simple gusto y el amor, todo comienza con lo mínimo y crece gradualmente, la persona se da cuenta sobre lo perdida que está únicamente cuando ya lo está.

—Deja de pensar tonterías, bella —ríe con ternura—, solo disfruta.

Lo haré, es lo que haré. Cierro mis ojos y disfruto de la brisa, de la voz de Damián un tanto desentonada, de la incertidumbre mezclada con emoción que estoy sintiendo. El auto se detiene y Damián apaga la radio, esa es mi señal para abrir mis ojos y mirar a mi alrededor.

En frente de nosotros se encuentra un parque de diversiones, rodeado por una cerca de madera lo suficientemente alta como para sobrepasarme.

—Bienvenida —se baja del auto, yo sigo observando el lugar intentando descifrar a que me recuerda, cuando espabilo Damián está a mi lado, con la puerta abierta y tendiéndome una mano—, vamos bella, no muerdo por mucha bestia que sea.

Rio y agarro su mano.

—Este parque de diversiones es privado, tienes que reservarlo entero para entrar —explica, no suelta mi mano y ambos caminamos hacia la imponente entrada—, es un tanto dramático, nos subiremos únicamente a cinco atracciones.

— ¿Por qué no a todas?

—Porque nuestro tiempo es limitado.

— ¿No pudiste alquilarlo por tiempo ilimitado? —bufo en broma—, que falta de respeto.

Las reglas del deseo | 1.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora