¿Dormir? Esa palabra es un chiste para mí; hace años no puedo dormir como se debe, es normal levantarme sudando, con lágrimas involuntarias desplazándose por mis mejillas y muchas veces gritando. Después de sufrir tanto gracias a mi padre, él decidió mandarme a varios psicólogos realmente buenos para que me ayudaran a superar mis crisis, todo en completa confidencialidad.
Mi padre sabía que en mis sesiones revelaría mi más grande trauma... él. Es sencillo adivinar que estoy jodida por su culpa, todos lo saben, y entre más me mandaban a terapia, menos quería hablar sobre eso, se suponía que mi padre debía protegerme, ser mi héroe, cuidarme, apoyarme, me daba vergüenza admitir que en un momento logró serlo, que yo seguía ilusionada esperando que volviera a serlo... era patético, yo era patética.
Todos querían que hablará, que contará que era lo que me hacía gritar, lo que me perturbaba en mis sueños, pero yo simplemente no podía, me encerré en mi mundo, en mi dolor.
Para que Carol se tranquilizara y para que mi padre dejara de mandarme a terapeutas, dejé de dormir y cuando lo hacía, me controlaba, aprendí a sobresaltarme en silencio, a callar mis gritos, para mi expresar mi realidad era sinónimo de debilidad, esas fueron mis primeras mentiras, y me salieron de maravilla.
Tengo que dejar de pensar en eso, necesito concentrarme. Me digo a mí misma mientras continúo tecleando en mi portátil. Son las seis de la mañana y ya prácticamente he terminado de redactar el contrato. He puesto las reglas que agregamos esa fantástica noche y todo ha quedado perfecto.
Me levanto de la cama y me dirijo a la impresora que se encuentra en mi escritorio, el resultado final del contrato son siete hojas, tomo el primer paquete, lo engrapo, me dirijo a la última página y firmo, luego hago lo mismo con el segundo.
Cuando todo está listo sonrío, quiero terminar el papeleo lo más rápido posible y entrar a la acción, no puedo negar que esta situación me ha parecido de lo más de divertida; salgo de mi habitación silenciosamente y me dirijo hacía la de Damián, estoy temblando, pero respiro hondo y abro la puerta como si se tratara de mi cuarto.
La habitación está a oscuras. Camino hacía su cama y su silueta va haciéndose más clara ante mis ojos, sonrío cuando noto como tiene una almohada entre sus brazos, abrazándola como si se le fuera a escapar. Parpadeo varias veces y quito mi sonrisa, estas cosas no deberían provocar reacciones de mi parte, necesito mantener todo a raya.
Debo comprarle pijamas. Anoto mentalmente cuando lo recorro con mi mirada, está durmiendo únicamente con un calzoncillo negro muy apretado. Pincho su espalda con mi dedo y noto que no se mueve así que empiezo a ser más brusca, él reacciona incorporándose con rapidez, con los ojos abiertos sorpresivamente y mirando a su alrededor completamente desubicado.
Debo mantener todo mi autocontrol para no lanzármele encima; es demasiado guapo, incluso recién levantado, me quedo observando más de lo necesario su cabello despeinado, luego sus brazos, su pecho, su abdomen, sus piernas... su...
— ¡Dios mío mujer! ¿No podré dormir nunca mientras estés cerca? —coloca una sonrisa maliciosa y entiendo perfectamente el doble sentido. Quiero sonreír, pero no lo hago, solo coloco las dos copias a su lado y él frunce el ceño mientras lo ve, no comprende que es, así que explico.
—Terminé el contrato, léelo y si estás de acuerdo con todo solo tienes que firmar ambas copias, tú te quedaras con una y yo con otra.
Él toma una copia y la hojea, ni siquiera le presta la suficiente atención.
—Léelo bien y fírmalo, si tienes alguna duda lo corregiremos... —continuo con nerviosismo. Damián se levanta y se dirige a su escritorio ignorándome, va hasta la última hoja y firma—. ¿No lo leerás? —niega con la cabeza sin mirarme, necesito que me mire.
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Las reglas del deseo | 1.0
Novela JuvenilDel odio al amor hay una delgada línea, y a veces entre más intenso es el odio, más inolvidable se vuelve el amor. Amanda Kane siempre ha sido la chica perfecta a los ojos de todos, ha organizado y planeado cada aspecto de su vida, sin embargo, todo...