56. ¿Por qué tienes que fingir?

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Mi día inició complicándome la existencia.

Damián me hizo disfrutar toda la noche, tuvimos varios encuentros en los cuales me trató como a una reina, solo se concentró en complacerme, en jugar con mis sentidos, en enloquecerme por completo. Ambos nos quedamos dormidos, abrazados, en una tranquilidad absoluta, tanto que se nos olvidó que había cosas que no podíamos permitirnos y esa era una de ellas.

El timbre de mi celular me levanta y escucho que alguien murmura a mi lado, me levanto con rapidez y estoy desubicada por unos segundos hasta que vuelvo al mundo real. Damián está dormido a mi lado, ambos desnudos, en un día donde nuestros padres se levantan temprano porque deben ir a trabajar y yo a estudiar, y Damián... bueno, no sé en que se la pasa la mayor parte del día.

Gruño frustrada cuando el celular no se detiene, lo contesto sin siquiera ver quien llama.

— ¡¿Quién?! —susurro estresada, no quiero despertar a Damián.

—Hola nena, llamaba para preguntarte si quieres que te recoja —mi cuerpo se paraliza y empiezo a temblar, miro instintivamente a Damián, él sigue rendido.

—No —hablo lo más bajo que puedo.

— ¿No te has levantado aun? Ayer no fuiste a clases y hoy te levantas tarde princesa, que extraño —ríe, no sé por qué ríe, no sé ni siquiera por qué pregunta, es algo que no le interesa.

—Tengo cólicos —miento, recuerdo que debo ser amable con él—, si iré a la universidad, pero tomaré mi tiempo, nos vemos allá.

Cuelgo sin esperar respuesta y con mis manos hecho todo mi cabello hacía atrás, esto es destructivo y desgastador, no sé cuanto podré seguir con esta farsa, solo espero que acabe pronto.

— ¿Quién te llama a esta hora? —murmura Damián con un deje de molestia, respingo y lo miro alarmada, sigue con los ojos cerrados.

—No seas chismoso —le pincho con el índice en un brazo—, mejor levántate, no podemos estar así...

—Claro que podemos... nadie entra a tu habitación, y menos a esta hora, a veces eres irritable en las mañanas, a excepción cuando despiertas conmigo, pareces Fiona —¡Este es mucho desgraciado!

—¡Me estas comparando con la princesa de Sherk! —empiezo a zarandearlo, voy a llegar tarde a clases.

—Amor, te juro que te compararé con el mismo Sherk si no me dejas dormir —la primera palabra que usa para dirigirse a mi hace que mis manos se queden inmóviles—, tengo sueño, estoy cansado, estoy molido, estoy sin energías...

—Uishhhh —me levanto de la cama con rapidez, no puedo seguir a su lado o terminaré llegando mucho más tarde de lo previsto, sin embargo, me doy cuenta de que me arde la entrepierna.

— ¿No recuerdas todo lo que hicimos en la noche? —abre sus ojos y voltea su rostro para mirarme, si pudiera amanecer así junto a él todos los días, sin duda lo haría—, ¡Mujer necesito baterías nuevas! —esconde su rostro en el colchón—, me vas a arruinar.

—Estás cansado porque normalmente no haces ejercicio y tu cuerpo por dentro parece el de un obeso estadounidense que salen en los programas de comida callejera —no le mencionaré sobre mi leve ardor, luego quien se lo aguanta.

— ¿Y por fuera a que parece? —pongo mis ojos en blanco, no responderé a eso.

Camino hacía el cuarto de baño sin nada cubriendo mi cuerpo, ya no siento vergüenza a su lado, me he acostumbrado a su compañía en todos los sentidos. El día transcurre con normalidad, voy a la universidad, estoy con mis amigos y evito monumentalmente a Brandon, todos están sorprendidos por mi falta el lunes, no es algo que suela hacer. Intento concentrarme en las clases, sonreír todo el tiempo y actuar como si no estuviera desmoronándome por dentro, los días pasan a una velocidad increíble y cuando me doy cuenta ya es viernes.

Las reglas del deseo | 1.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora