50. ¿Aceptas o no?

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Todo bello momento tiene su final, quería creer que el mío tardaría en llegar, que podría disfrutar un poco más de esa pequeña pizca que me había regalado la vida gracias a un chico.

Damián y yo llegamos a casa en plena mañana, decido entrar antes mientras que él da una vuelta y entra más tarde, no queremos levantar sospechas por si nuestros padres merodean por la mañana. Entro a la casa y todo está iluminado por los rayos del sol, subo silenciosamente las escaleras y entro a mi habitación, sin embargo, pego un grito cuando me encuentro con mi padre, sentado en mi cama, vestido de forma informal y con su misma expresión de siempre.

— ¿Estas borracha? —su tono de reproche me pasa desapercibido, por un momento me asusto, ¿Qué hubiese pasado si estuviera besando a mi hermanastro mientras entraba a mi cuarto? Porque esa era mi idea, arrastrarlo a mi habitación y tener un momento para nosotros antes de que todos se levantaran, gracias al cielo él es más racional que yo y me convenció de no hacerlo.

—No lo estoy —suspiro con la respiración agitada. Después de pasar mi susto frunzo el ceño ¿Qué hace aquí Anderson? ¿Qué quiere?

—Milagro —tuerce los ojos con altanería, la verdad es que no quiero pelear, pasé un momento inolvidable que no quiero que él arruine—, cierra la puerta —ordena, observo su postura, está tenso, su pie izquierdo repiquetea en el suelo, está un poco despeinado y tiene unas ligeras ojeras, algo no está bien.

Obedezco y cierro la puerta, lo ignoro por unos segundos y dejo mi pequeño bolsito en el tocador, me miro un rato en el espejo y arreglo un poco mi cabello.

—Necesito tu ayuda —todos mis movimientos se detienen y giro con rapidez, mi padre jamás pidió mi ayuda, es más, le fastidia que meta mis narices en sus cosas.

—Puff —bufo—, tú no necesitas la ayuda de nadie, eres demasiado orgulloso para pedirlo y yo para aceptarlo —digo con brusquedad, ya no confío en él, estoy intentando ocultar la pizca de felicidad e ilusión que siento por su petición.

—Tienes razón, por eso elegí esas dos palabras para iniciar esta conversación contigo —vuelve a sentarse en mi cama y cruza sus piernas—. Son las únicas palabras que bajarán tus defensas y harán que me escuches.

—Adelante, di lo que quieres y terminemos con esta intromisión mañanera a mi vida...

—Te rendiste —me quedo inmóvil con los brazos en el aire. ¿De qué habla? —, tu abogado, no has vuelto a contactarlo y no has movido más cartas.

—No tengo más cartas —no sé si deba revelarle eso, solo quiero que me deje en paz—, ¿Te gusta escucharlo? ¿no? —su rostro no expresa ninguna emoción.

—Un Kane nunca se rinde —frunzo el ceño. ¿Él quiere que lo destruya? ¿Está ebrio? No sé a dónde quiere llegar con todo esto.

—No me he rendido, pero a diferencia de ti, esta Kane escucha, analiza, aprende y espera, todo tiene su tiempo —me encojo de hombros—, no creas que me has ganado, tengo toda una vida para luchar, solo he tomado un pequeño descanso.

—No lograras nada luchando contra mí y lo sabes, no tienes más cartas porque me las has mostrado todas y he contraatacado mucho mejor que tú. ¿Aprendiste de eso? —odio como me habla, odio que tenga razón, la furia empieza a despertar en mi interior y respiro hondo para no echarlo de mi cuarto a patadas.

— ¿Qué quieres? Dime que viniste a hacer aquí y ahorrémonos los minutos...

—Trabajaras para mi después de graduarte —me interrumpe dejándome con la palabra en la boca y más perpleja que nunca—, serás mi asistente y podrás hacerte cargo poco a poco de algunas... cosas, quizá algún día dentro de unos años puedas heredar todo lo que me pertenece.

Las reglas del deseo | 1.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora