18. Uso compartido de nuestros cuerpos.

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—No tengo hambre —cruzo los brazos y frunzo el ceño cuando Damián entra con su portátil debajo del brazo y un plato con comida.

En el tiempo que me quedé sola me dediqué a peinarme un poco, ahora mi pelo está en un moño alto un poco desordenado de forma intencional, también me he cambiado de ropa, otro acto intencional; me he puesto un buso color beige ancho y cómodo junto con unos shorts de jean desgastados y demasiado rasgados, todo eso acompañado por las gafas de mi madre para ver mejor la pantalla del portátil que ya tengo en frente de mí.

— ¿No tienes sostenes? —pregunta tragando grueso y tengo unas ganas intensas de morirme de risa, esa es justo la reacción que esperaba de él. Sonrío con suficiencia, se me olvidaba decir que el buso era transparentoso.

—Como dijiste, debemos acostumbrarnos a nuestros cuerpos desnudos —mi sonrisa se ensancha más cuando noto que se ha quedado inmóvil observándome—. Y te repito que no tengo hambre —hago un gesto con la cabeza hacía el plato.

—De malas, necesito mantenerte alimentada o no aguantaras nada de lo que tengo planeado para ti —su sonora carcajada inunda la habitación cuando me quedo sorprendida por sus palabras, escuchar su risa es como música para mis oídos.

—Maldito creído —refunfuño divertida.

Damián se sienta en frente de mí, y cruza las piernas; deja el plato en medio de ambos y empieza a encender su computador; es un espectáculo ver el movimiento de sus brazos y me alegro de que no tenga camisa puesta. Decido desviar mi mirada para no parecer una pervertida y centro mi atención en el plato con varios sándwiches bien preparados, pero decir bien es poco, tienen un tamaño descomundal.

— ¿Los hiciste tú? —pregunto con curiosidad.

—Me gusta cocinar —dice sin dejar de fijar su mirada en el computador—. Actualmente estoy haciendo un curso de sándwiches internacionales, hay muchas formas de prepararlos y no es tan sencillo.

Asiento, luego veo mi computador el cual ya está en el documento compartido con Damián, he escrito la introducción del contrato, o algo parecido. Noto en mi pantalla que Damián ya se ha conectado al documento.

—Este contrato es escrito de manera informal y sin ningún valor legal, aun así, será respetado y tratado como tal.

Empieza a leer lo que ya he escrito, mi mirada baja de su rostro a su abdomen contraído; y en esos momentos cuando creo que no se puede ver más atractivo mete la mano en un bolsillo de sus vaqueros y saca un estuche, y señoras y señores, se coloca unas gafas que provocarían que cualquiera muriera de un paro cardiaco por tensión sexual.

—Vaya, esto te lo tomas enserio —continua—. Los implicados: Amanda Sofía Kane y Damián Prescott Moore aceptan todo lo establecido aquí escrito apenas firmen el documento —una sonrisa se forma en sus labios, no puedo dejar de mirarlo, aunque lo intento —. Cualquier infracción de las reglas provocará la cancelación inmediata de este contrato... Vayaaaa, parece un contrato prematrimonial —se burla, cuando alza su rostro y me mira a los ojos caigo en cuenta que parezco una pervertida observándolo.

Agarro un sándwich y empiezo a comer para evitar responder, sin embargo, Damián estira su mano y me quedo helada cuando limpia de la comisura de mi boca un poco de salsa, luego se lleva el dedo a sus labios y lo chupa sin dejar de mirarme en ningún momento; trago grueso y empiezo a sentir una especie de calor que intento ignorar concentrándome en el portátil.

—La primera regla debe ser de confidencialidad, a ninguno de los dos nos conviene que las personas se enteren que haremos un uso compartido de nuestros cuerpos —digo después de tragar, intento expresarme con seriedad y seguridad, pero su risa estalla nuevamente en mi habitación, alzo el rostro para mirarlo con el ceño fruncido.

Las reglas del deseo | 1.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora