30. ¿Te he mencionado que eres un idiota?

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Me veo en el espejo y me doy cuenta de que parezco una completa idiota, borro mi gran sonrisa e intento calmarme un poco; me doy un repaso y apruebo como me veo. Generalmente cuando hago ejercicios me pongo camisetas y sudaderas anchas, me amarro el cabello y listo, de todas formas, me volveré una nada, sin embargo, hoy tengo motivación extra para colocarme lo más mamasita que puedo.

Me he puesto un top negro que me marca mucho los senos, unos leggins apretados, mi cabello amarrado en una cola alta y perfecta y si, hasta me maquillé un poco. Miro mis zapatos y río, son mis favoritos, tienen un diseño único para mí, con algunos pequeños diamantes incrustados, el hijo del dueño de la marca quiso conquistarme y este fue uno de sus regalos. No me gustó el hijo, pero si los zapatos.

Voy directamente al gym pensando en mi rutina, tengo un entrenador personalizado con una rutina estricta, soy muy juiciosa porque bebo demasiado y como muy mal, así que puedo engordar en cualquier momento. Me muerdo el labio antes de entrar y empiezo a emocionarme, esto va a estar interesante.

Entro y me quedo completamente muda y sorprendida ante lo que veo.

Damián está sin camisa, si, con unos jeans rotos, descalzo, despeinado, un poco sudado, y acostado en el suelo con el mismo libro de anoche en sus manos. Sin omitir sus gafas. ¡Joder con él! Diosito, quería causarle un infarto y al parecer está sucediendo lo contrario y la muerta seré yo.

Corro hacía él con ganas de joderle un poco la vida, le arrebato el libro de las manos y me rio al ver como se asusta y se incorpora.

—Pensé que te encontraría golpeando de forma sexy y arrebatadora el saco de boxeo —le devuelvo el libro con una sonrisa—, en cambio me encuentro contigo tirado en el piso leyendo.

—Estoy descansando —me gusta mirarlo a los ojos, a veces son un marrón más claro, a veces más oscuro, a veces brillan, a veces se oscurecen.

Mis ojos empiezan a recorrer su abdomen marcado, la V que tiene me está volviendo loca. Si antes me gustaba, ahora me encanta, ya las cosas han cambiado entre nosotros, ya no solo nos hemos besado, también me ha metido mano. Ya le he dejado muy en claro cuánto lo deseo, ya no tengo que disimular.

—No entiendo como un perezoso como tú tiene ese cuerpo —lo señalo, necesito concentrarme en otra cosa para no seguir comiéndomelo con la mirada.

—Hago ejercicio, no me mato, pero hago y soy delgado lo cual ayuda...

—Ajá —le doy la espalda y me monto en la caminadora para calentar, le pongo una velocidad decente y empiezo.

Damián se ha sentado, ahora me está mirando fijamente, recorriendo mi cuerpo como yo lo hacía antes. Me siento un poco nerviosa y aumento la velocidad.

—Oye cerdo repugnante, yo si vengo a hacer algo, mueve tu culo y ponte a sacar músculo... —le gruño en broma.

—Con gusto... alzaré pesas —se levanta de un salto y corre hacía mí, frunzo el ceño sin entender, hasta que me tiene cargada en sus brazos. Chillo, me revuelvo y rodeo su cuello con mis brazos—. Esta está como liviana.

—Liviano estarás después de que te muela a golpes —rio.

—O de que me mates a besos —se inclina hacía mis labios y le hago la cobra. Él abre la boca con fingida sorpresa e indignación—. ¿No me vas a besar?

—No —me hago la digna, aunque también estoy muriendo por besarlo.

— ¿Puedo saber las razones? —niego y grito cuando hace impulso para levantarme en el aire unos cuantos centímetros, solo para agarrarme de nuevo en sus brazos.

Las reglas del deseo | 1.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora