31. ¿Alguna vez sentiste que te estabas enamorando?

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Estoy dormida plácidamente en mi cama, extrañaba dormir como lo hacía, dormir sin que mis demonios me atormentaran y me despertaran de un salto, estaba aprovechando por completo cada momento de sueño.

De repente mis sueños empiezan a girar en otra dirección que me niego a revelar en voz alta. Pienso en su cuerpo sobre el mío, ambos desnudos, besándonos con locura. De repente mi sueño desaparece, abro los ojos de forma brusca, cegándome un poco con la luz. Empujo como puedo al chico que me está mordiendo la mejilla de forma juguetona.

— ¡¿Pero a ti no te enseñaron como despertar a una mujer?! —estoy enloquecida y agitada. Damián se parte de risa y yo le gruño enojada. Lo primero que hago es agarrar mis almohadas y lanzárselas, el muy idiota las esquiva todas.

—Lo siento... —claro que no lo siente, está poniéndose rojo de la risa.

— ¡Te voy a arrancar los ojos Damián Prescott!

—No, primero déjame observar el modelito que traes puesto —sigue riéndose mientras me señala—, jamás te he visto tan sexy como ahora.

Quiero matarlo.

Hacía mucho frío anoche, así que opté por ponerme mi pijama de chimuelo, parece más un disfraz de cuerpo entero, pero eh, es hermoso, cómodo y calientito.

—Te mato —salto de la cama y me le tiro encima, ambos caemos en el suelo, el ríe cada vez más alto mientras yo refunfuño.

Ambos nos detenemos de repente y sus ojos se oscurecen. Estoy encima de su cuerpo, apoyándome en mis brazos, a pocos centímetros de sus labios.

—Te quiero matar —gruño por lo bajo, pero él sonríe y con habilidad nos hace girar cambiándonos de posición. Gimo desorientada cuando presiona su entrepierna en la mía y empieza a regar besos por mi rostro.

— ¿Qué... hac...es?

—Mi pasatiempo favorito, besarte.

—Para... —digo con la garganta seca. Me acabo de levantar, debo estar horrible, despeinada, pálida, ojerosa, con lagañas y mal aliento. No, no, no, necesito meterme en el baño con urgencia.

—He venido a buscarte para ir a desayunar —muerde su labio inferior—. ¿Recuerdas? Nuestros padres se han ido hoy a no sé dónde.

Sonrío, por primera vez en mucho tiempo mi padre hace algo bueno. Ambos nos incorporamos y levantamos. Me estiro un poco y él no aparta sus ojos de mí, odio cuando me mira de esa manera, es extraño, hace que sienta cosas raras.

— ¿Qué?

—Venga, arréglate que pareces una escoba vieja —dice antes de marcharse—. ¡No tardes, bella! —escucho que grita.

Tengo ganas de perseguirlo y tirarle un zapato. ¡Me dijo escoba vieja! Sin poder evitarlo sonrío, ha sido una buena forma de iniciar el día. Cierro mi puerta con pestillo y me dirijo al armario, no sé cuando pasaremos al otro nivel, así que estaré preparada todos los días, ya me encargué de comprar lencería que sin duda lo dejará boquiabierto.

Me baño rápidamente y me visto, la lencería es color blanco y el vestido también, su estilo veraniego con acabado floral me encanta. Me peino, me maquillo un poco y estoy lista. Salgo de mi habitación y me dirijo a la cocina, antes de entrar escucho varias risas.

—Vaya, vaya, espero que no se estén riendo de mi —bromeo con una sonrisa, ambos voltean a verme y siento que todo el ambiente es diferente sin mi padre en casa. Hasta Carol es más feliz.

—No todo es sobre ti, presumida —Damián pone los ojos en blanco y yo le saco la lengua.

Me siento al lado de mi hermanastro y Carol se acerca a mi con un plato de cereal y otro de sándwiches, ya sé quién los hizo solo con verlos, la cuestión es que se ven tres veces más grandes que los primeros que me preparó.

Las reglas del deseo | 1.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora