59. Ella debe estar orgullosa de ti

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Todavía no me siento del todo cómoda al lado Grace, pero creo que es algo que podría cambiar con el tiempo. Ella es demasiado energética y vive en una burbuja de felicidad contagiosa, no es tan malo después de todo, vive con un positivismo que muchos aspiran tener.

Nos ponemos a hablar de sus gustos, sus sueños, su juventud, me distrae y se lo agradezco, el tiempo pasa demasiado rápido y me ayuda a arreglarme, me coloco un vestido ajustado en la zona del pecho y cintura, pero cae con sutileza por la cadera, los bordes finales se asemejan a los pétalos de una flor.

—Este sin duda si es un buen vestido, tienes un gusto exquisito —menciona cuando me ayuda a cerrar el broche trasero del vestido—. ¿Dónde es la cena?

— ¿Él no te contó? —me extraña su pregunta, sé que mi padre le oculta muchas cosas, es lógico que oculte al monstruo para que la princesa no huya, pero pensé que al menos sabría en los problemas que tenemos.

—No —su sonrisa no se borra, aunque hay tristeza en su semblante, ella es como todos nosotros, una mentira—, es mejor no preguntar cosas que no quiero saber. Además, la reacción de él en ciertos temas es... bueno... —no continua la frase.

—Su carácter es fuerte —completo por ella.

—No importa, el carácter de tu padre es un asunto que solucionaremos él y yo cuando se dé el momento, ahora lo importante eres tú. ¿Puedo peinarte?

—¿Peinarme? —frunzo el ceño.

—Siiii —aplaude pegando unos cuantos saltitos—, siempre quise tener una niña, pero bueno, gané un hermoso principito.

— ¿Por qué no tuviste más hijos? —pregunto por curiosidad.

—No puedes tenerlo todo en la vida —responde gentilmente.

Me siento en el sillón enfrente del espejo, se nota que es un tema delicado para ella y no quiero hurgar en lo que no me pertenece. Grace se coloca detrás y empieza a peinarme con una delicadeza que me adormece, jamás me habían peinado antes, no desde que mamá murió y me encargué de mí misma.

—Me tienes que enseñar a maquillarme, yo lo hago fatal —intenta sacar un tema de conversación—, ¿Cómo aprendiste?

—Desde que era pequeña me gustaba maquillar a mi madre, lo hacía terrible al principio, cuando su enfermedad empeoró empecé a ver tutoriales en internet, quería que se sintiera hermosa, obviamente nunca conseguí un look digno de pasarela, era muy pequeña, pero mamá siempre me felicitaba por el intento.

—Ella debe estar orgullosa de ti —nuestros ojos chocan un momento en el reflejo del espejo.

—No lo creo, no he hecho nada para que lo esté-

—Has crecido. Ya no eres una niña, eres una mujer que se formó prácticamente sola —vuelve a concentrarse en mi cabello—, eso es suficiente motivo para que cualquier madre esté orgullosa.

Miro mis manos, empiezo a retorcerlas inquieta, de verdad quiero que mi mamá esté orgullosa de mí, todo esto lo hago por ella, para mantener su legado, por lo que luchó.

Grace termina de peinarme, me alisó el cabello para luego ondularme sutilmente las puntas, luego, se queda ahí observándome mientras me maquillo, de vez en cuando le explico algunas cosas para generar conversación y para devolverle la amabilidad. Termino con un maquillaje cargado, oscuro, y hermoso, tanto que ella aplaude haciéndome sonrojar.

Ambas nos quedamos inmóviles cuando escuchamos que tocan la puerta.

—Adelante —digo y rápidamente esta se abre, dando paso a un sonriente Damián con un ramo de rosas blancas.

Damián está completamente desubicado, me mira y luego a su madre, de repente, sus ojos se quedan fijos en los míos y nos perdemos en nuestras miradas.

— ¡Qué bello! —grita Grace sacándonos a ambos de nuestra parálisis, ella abraza a su hijo y este aprovecha para mover sus labios.

"¿Que hace ella aquí?" La respuesta es muy larga, así que me encojo de hombros. Cuando Grace lo libera de su abrazo le arrebata las rosas y las huele, está muy emocionada.

—Me encantan —sonríe de oreja a oreja—, hace meses no me regalas un ramo tan hermoso como este, estoy encantada.

—De nada... mamá... —tose para disimular un poco la situación.

Grace da la vuelta y deja las flores en uno de mis mesones, aprovecho para levantarme y estirar un poco, veo mi reflejo en el espejo y me gusta lo que veo, me sonrío a mi misma justo cuando siento que toda la piel se me eriza. Damián está observándome embelesado y sin ningún reparo, su mirada me recorre de pies a cabeza.

Sin embargo, nuestro momento se interrumpe cuando Grace se acerca a él y le agarra la oreja con fuerza, tanto que él se inclina y chilla de dolor.

— ¡Joder mamá! —gruñe él.

—Las rosas no compensan el asunto de los condones, niño irresponsable —le suelta la oreja para pegarle un manotazo en el brazo—, eres un descarado Damián Prescott.

— ¡Mamá! —gruñe entre dientes, observo la escena sin entender lo que está pasando.

—Estoy indignada, jamás pensé encontrar un condones regados por toda la casa, Carol se puso patidifusa cuando encontró el primero, y luego ¡Bum! ¡Quince más! ¡Quince!

—Ya te expliqué que era una broma —dice entre dientes aparentando una sonrisa.

—Donde andes de polla loca de nuevo te juro que...

— ¡Eh ya! —la interrumpe Damián—, tenemos compañía —me señala a mí.

—Ella es tu hermanastra y vive bajo el mismo techo que tú, esta conversación no es algo que la vaya a traumar o... —me mira con una sonrisa—. ¿Sabes de educación sexual verdad? —asiento con rapidez—, listo ya ves, no hay lio. Pero tú... —lo señala con el índice—, escondiste condones en esta casa como si fueran huevos de pascua, donde me traigas chicas aquí te daré con la chancla como no te imaginas Prescott.

— ¿No estoy grandecito para la chancla?

—Grandecito ni que mierdas, ya te dije, donde me hagas abuela te corto la polla —lo amenaza.

—Mamá, no serás abuela porque para eso tengo los condones...

— ¡Serás sinvergüenza! —le pega otro manotazo en el brazo—. ¡Fuera de aquí!

—Ya, ya me voy... adiós bell... —se entrecorta así mismo—. Bellatriz Lestrange —se corrige inmediatamente al ver la mirada de su madre—. ¡Me largo! —alza sus brazos en derrota y sale de mi habitación.

Él sale de mi habitación prácticamente corriendo.

—Uf, lo siento, es que me saca de mis casillas —protesta su madre—, a quién se le ocurre esconder condones en toda la casa...

—Si, a quien se le ocurre —sonrío intentando morderme el labio inferior para no reír a carcajadas.

Las reglas del deseo | 1.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora