58. ¡Largo de mi habitación!

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—Una última cosa, Amanda... —el auto se detiene enfrente de nuestra casa, me siento mucho mejor y más relajada, además, no tengo motivos para estar a la defensiva, es como si todos mis problemas se hubiesen solucionado por arte de magia.

Anderson sale del auto sin completar la oración, cuando me bajo el conductor está sacando una caja grande del maletero y se lo entrega en sus manos.

—He comprado algo para ti —me acerco a él y aprovecho que está sosteniendo la caja para echarle un vistazo, al abrirla me encuentro con una prenda roja de encaje—, es un vestido.

— ¿Sí? —frunzo el ceño—, no parece —lo saco de la caja, es hermoso, si, pero extremadamente corto, es el tipo de vestido que me pondría si fuera elección mía, si me lo colocará por mí, para verme hermosa y sexy para mí... no para Brandon Tover.

— ¿Te gusta?

—Déjame adivinar, compraste nueva silla para el caballo —guardo nuevamente el vestido.

—El rojo te sentará bien —sonríe de forma burlona y me da la caja con brusquedad—, asegúrate de arreglarte bien.

No quiero responder, no puedo responder, solo asiento y camino dentro de la casa, no me detengo hasta llegar en mi habitación y cerrar la puerta tras de mí. No me gusta ese vestido, no me gusta nada de lo que estoy haciendo, pero no tengo más opciones.

Alex tiene razón... ¿Dónde se fue la Amanda rebelde? ¿La que no permitía ser tratada de esta forma? ¿Dónde se fueron mis ganas de luchar, de encontrar soluciones? Mi padre me ha ofrecido un camino fácil, uno en el que he vendido mi alma y mi cuerpo, y creo que me estoy arrepintiendo.

Me siento extrañamente tranquila, aunque quiero explotar, gritar y huir no puedo, no sé si es por lo que me ha dado mi padre, o porque estoy harta de mi vida, es más fácil ser un robot que acepta órdenes.

Mi padre me ha ofrecido lo que siempre he querido, él me ha dejado de ver como una inútil, y quiero demostrarle de lo que soy capaz ahora que tengo la oportunidad, no debería importar lo que haga por conseguirlo... sin embargo, si me importa, y todo por el simio agropecuario que ha robado mi corazón de una forma tormentosa.

— ¡Maldita sea! —chillo y corro debajo de mi cama.

Saco mi cajita de las maravillas y observo con repulsión las botellas llenas que definitivamente no he colocado yo, sé que ha sido mi padre, para él es más fácil ayudar a matarme que a recuperarme. Gruño de frustración, me enferma pensar que ahora mi padre también controla mi adicción, que es dueño de cada aspecto de mi vida, me siento como un objeto.

Saco todas las botellas de la caja, las coloco en fila enfrente de mí, quiero mirar a la tentación a los ojos, necesito luchar y demostrar que podré contra todo esto, sin embargo, respingo cuando de repente mi puerta se abre.

—¡Amanda, tu papá dijo que necesitabas mi ayud...! —la sonrisa de Grace se borra inmediatamente.

—Yo... —bajo la botella que aun tengo en la mano y me levanto de sopetón, no tengo palabras para explicarme, es más, ni siquiera debería explicarme, la furia empieza a controlarme y la echo sin más—. ¡Largo de mi habitación! —grito desesperada.

¿Mi padre la mandó? ¿A qué? No entiendo porque todo en mi vida está saliendo tan mal, pero ya no puedo soportar más situaciones así, mi cuerpo se tambalea como para empeorar la situación y con mi pie tumbo varias botellas. Grace cierra la puerta tras de ella y frunzo mi ceño. ¿Acaso no entendió?

—¡Vete de mi cuarto! —le señalo la puerta—. ¡Quiero que te largues maldita sea! —creo que toda la casa escucho mi grito, pero ella no se mueve.

Las reglas del deseo | 1.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora