I. Alma extraña

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Una mañana normal de nuevo. Me levanto como de costumbre y me dirijo al baño para lavar mis dientes. Escucho la voz de mi abuela en la sala, estaba hablando con mi mamá por teléfono.

—Buenos días. —me dirigí a la cocina para tomar agua.

—Buenos días. —respondió mi abuela—. ¿Cómo dormiste? —se encaminó a la cocina.

—Bien, bien. —le respondí bostezando mientras servía agua en un vaso.

—¿Soñaste algo? —preguntó curiosa.

—Creo que no, no recuerdo nada. —llevé el filo del vaso a mis labios y tomé el líquido.

Lo mío no es mentir, pero si cuento lo que soñé muy seguramente me hagan burla o me regañen por pensar en señores. ¿Cuándo van a entender que no me gustan los señores actuales? Me gustan los chicos que fueron, más triste aún. Regresé a mi cuarto y me dispuse a cambiarme con el uniforme escolar. Puse musica un rato en lo que me arreglaba.

Después de tender mi cama, me volví a dirigir a la sala, esta vez con mi celular en la mano. Me senté en el sillón y de mala gana entré a mis chats. Rápidamente comencé a contestar los chats de mis amigos hasta que me llamaron a desayunar.

Volví a lavar mis dientes y revisé que mi mochila llevara todo lo que ocupaba para el día. Empecé a activar mi cuenta por Instagram mientras me iba, pero me interrumpieron.

—Carla, ya está el auto de la mamá de Silvia abajo, córrele. —expresó mi abuela en un tono de regaño mientras me miraba de forma amenazante.

—Ya voy. —me levanté de mala gana y tomé mi mochila.

—Cuídate, presta atención; salúdame a la mamá de Silvia, a Silvia y a las demás chicas, que Dios te bendiga, y me avisas cuando te regreses. —habló desde la puerta.

Sipi, adiós, nos vemos. —empecé a bajar las escaleras del edificio hasta llegar a la puerta de entrada, la abrí, salí y la cerré.

Me dirigí a paso rápido hacia el estacionamiento y una vez llegué me encontré con el auto de la mamá de Silvia, un modelo reciente de color gris.

—Buenos días. —saludé mientras abría la puerta del auto.

—Buenos días, Carla. —dijo la mamá de Silvia.

—Hola. —añadió Silvia con un leve chillido mientras me sonreía.

Rápidamente comenzamos a platicar sobre ellos. Silvia esta loca por quién sabe Dios qué chico, yo por mi parte estoy enloquecida por Rubén.

—Luna me dijo que soñaste algo. —me miró de manera curiosa—. ¿Por qué no me dijiste? —hizo un puchero y cruzó los brazos.

—Ay. —pegué un brinco y me quejé—. Perdón, esta mañana estuve activando y se me olvidó. —le miré con ojos de perro regañado.

—Ya, ya. —se acercó y me miró expectante—. Cuéntame. —sacudió mis hombros.

Le hice una seña de que estaba su mamá con nosotras. Obviamente no quería que escuchara mis sueños, que pena.

—Vale, vale. —rió y se sentó derecha.

—Hoy no pusimos música, y ya casi estamos por llegar. —hice un puchero.

—Tienes razón. —miramos las ventanillas y nos dimos cuenta de que ya casi llegábamos.

—Será otro día. —su mamá estacionó el auto.

—Bueno, chicas, ya llegamos. —nos miró atenta y bostezó—. Cuídense, cualquier cosa estoy en el trabajo, las amo, adiós.

La madre de Silvia es como una tía para mí, nos conocemos desde hace mucho tiempo y le tengo un cariño muy enorme.

Cristalina // Rubén Gómez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora