XXV. Odio

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Ya habíamos llegado a Estados Unidos hace algunos días.
Era un 18 de abril de 1987, la integración de Rubén al quíntenlo ya había sido una noticia que se vendió como pan caliente a todas las revistas.

Todas las chicas querían conocerlo, lo supe por varias llamadas que hacían las niñas a las emisoras de radio cada vez que la recepción de los programas dedicados a Menudo las recibía.

Rubén estaba muy feliz, sobre todo siento que estaba orgulloso de si mismo; había llegado muy lejos a decir verdad; pero si se resbalaba de la cima, la caída podría ser dolorosa.

Toda una semana estaríamos en un hotel esperando a que Edgardo llegara con dos autobuses gigantes para el transporte de los niños y de nosotras.

Últimamente he de decir que teníamos bastante trabajo; la promoción de "Somos los Hijos del Rock" iba a la perfección, a todo mundo parecía gustarle, elaborábamos posters nuevos y hacíamos modelos de mercancía acorde a la nueva imagen del grupo.

—¿Crees que les agrade? —preguntó Rubén columpiándose.

—Claro que sí, desde ya te aman. —yo me columpiaba lentamente a su lado.

Estábamos en un parque cerca del hotel, Rubén me había pedido que lo acompañara para evitar que las fans se le fueran encima, dos niñas ya le habían pedido autógrafos e incluso lo abrazaron.

—No estoy seguro. —miró sus zapatos.

—Mira. —llamé su atención—. Te prometo por lo que más quieras que serás una sensación. —le sonreí.

—¿De verdad lo crees? —su rostro se iluminó.

—No lo creo, lo sé. —empecé a columpiarme más rápidamente.

Después de hablar sobre otros temas, regresamos al hotel con algunas cosas que había comprado para hacerle un pastel a Rubén, ya que la próxima semana sería su cumpleaños.
Tenía preparada una pequeña fiesta sorpresa, estaba emocionada.

—Gracias por llevarme al parque. —dijo mientras entraba a nuestro cuarto—. Contigo no me siento tan solo. —se sentó al borde de su cama.

—No es nada, sabes que lo hago porque te quiero.

Se me salió, pero era la verdad.

—Digo... en plan de amigos. —le sonreí apenada mientras acomodaba todo en el refrigerador.

—Sea como sea, i appreciate that.

Una vez terminé de acomodar las cosas, me dirigí hacia donde estaba y le di un abrazo.

—Se que es difícil estar lejos de las personas a las que quieres, créeme que todo va a estar mejor, ¿sí?, confía en mí. —acaricié su cabello.

Miré su rostro.
Un puchero muy pronunciado lucia en sus labios y sus ojos estaban acuosos.

Los pequeños sollozos de Rubén manchaban mi pecho, sus puños sostenían los hombros de mi blusa, sus lágrimas mojaron levemente mi cuello y mis manos se dedicaron a sobar su espalda y brazos.

I miss them so much. —sentí su agarre más fuerte en mi hombro y cintura.

Y en ese momento mi corazón recibió una acuchillada.
Me sentía triste por el niño.

Nunca se había quebrado así conmigo antes, y aunque ya sabía sobre el dolor que sufrió en sus años de Menudo, no pude ni siquiera imaginar qué sería vivirlo en carne propia con él por un lado.

Cuando se calmó decidí ver la televisión junto con él, le preparé palomitas y abrí una bolsa de papitas que había comprado cuando fuimos al supermercado.

Cristalina // Rubén Gómez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora