XIX. La playa

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Estando sentada nerviosa afuera de la sala de juntas de Edgardo, sostenía una carpeta mientras mordisqueaba mis uñas con fervor.

—Pasa. —el señor abrió la puerta.

—Gracias. —alcancé la cordura necesaria para entrar por la puerta color café.

—Toma asiento. —señaló las dos sillas enfrente de su escritorio mientras el se sentaba detrás del mueble.

—Gracias. —tragué saliva y acomodé mi falda para sentarme.

—¿A qué se debe tu visita? —unió sus manos encima del escritorio.

—Quisiera hablar con usted de algunas ideas que tengo y propuestas. —reforcé mi formalidad y me erguí en la silla.

Le extendí la carpeta con documentos, la abrió y dio un rápido vistazo.

—Entonces, dime. —acomodó sus gafas.

—Bien. —aclaré mi garganta—. Debido a que tengo una relación seria con Sergio y al parecer a usted no le agrada mucho... —suspiré—. ... me comprometo a ser su mano izquierda y ayudarlo en lo que pueda, ya sea a idear, organizar, tal y como lo he hecho hasta ahora. —mi semblante lucia serio—. Solo si usted quiere, de lo contrario, yo seguiré estando con Sergio no importa que. —lo miré de manera retadora.

Se quedó en silencio un rato, mi mirada no cesaba y noté que su rostro parecía humedecerse con sudor debido al ambiente tan tenso.

—No lo tomaré como una amenaza. —extendió su mano enfrente de mi—. Si la tomas, te comprometes a ayudarme en lo que necesite, ya sea cuidar a un chico, hacer papeleo, idear nuevos conceptos, lo que sea; y si no la tomas... —rió levemente—. ... me encargaré de hacerte la vida imposible. — Su mirada ahora era la que me retaba.

Con estos amigos para qué quiero enemigos.

—No lo tomaré como una amenaza. —tomé su mano.

—Es un trato. —sonrió victorioso.

—En ese caso, ¿hay algo que necesite por ahora?

—Yo te lo haré saber. —se paró de su silla.

Una vez salí de aquel cuarto sonreí victoriosa.
Hacer negocios con Edgardo era como ponerme entre la espada y la pared, pero sabía que podía distraerlo aunque sea un rato.

De este modo ambos resultaríamos perjudicados, era un callejón sin salida.
Probablemente me estaba metiendo en un lío enorme pero ¿qué importaba?, de todos modos ya sabía que nos iríamos a la mierda tarde o temprano.

—¿Cómo salió todo? —preguntó Silvia llevando una uva a su boca.

—Bastante bien. —mordí una fresa—. Ahora me enteraré de todos los secretos. —tragué la fruta.

—Habrá chisme todos los días. —rió Luna.

—Tal vez. —tomé un trago de agua—. También estaré más ocupada.

Vi como la silueta de Papo Tito se acercaba. Ya la tenía tan identificada gracias a escapar tanto de él.

—Edgardo quiero consultarte unas cosas. —me dijo seriamente.

Me paré de la alfombra en donde estaba ligeramente acostada y seguí al tipo por los pasillos de la gran casa.

—Papo dijo que necesitaba algo. —expresé abriendo la puerta lentamente.

—Sí, primero cámbiate. —me señaló y miró con desagrado—. Tienes que ir a una junta conmigo, vas a conocer el ambiente en el que estoy, a ver si así me comprendes un poco. —hbló con el semblante serio.

Cristalina // Rubén Gómez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora