XLI. Nueva vida

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"Nuevo año, nuevo comienzo", eso es lo que dicen.
Habíamos regresado a Puerto Rico y todo estaba marchando bien. Edgardo me había inscrito a un curso para aprender a conducir por mi cumpleaños, en dos semanas ya podía manejar un auto con total confianza; el trámite de mi permiso también lo pagó él.

Mi relación con Rubén parecía un sueño, ambos nos habíamos tomado más confianza en el proceso de su operación y mejora, y eso nos sirvió para conocernos mejor.

Después de la recuperación de Rubén viajamos a Venezuela, no pudimos ver a Silvia ni a los demás porque nuestros horarios chocaban demasiado y decidimos posponerlo hasta otra ocasión.
Nos quedamos en México por más de un mes, pude ver a Raymond y a Luna en una pequeña reunión que organizamos junto a Polly y Charlie, un "reencuentro".
Viajamos a otros países y justo a inicios de febrero regresamos a Puerto Rico, ya teníamos la orden de ir preparando todo para el próximo álbum: Los Últimos Héroes.

La despedida de Ricky había sido toda una gira muy exhausta y emotiva; las veces que convivía con él la pasaba muy bien aunque no nos lleváramos mucho, y sabía que lo iba a extrañar.
Junto con la salida del chico se habían ido Cam y Lu, dijeron que ya habían tenido suficiente de los regaños de Edgardo y que estaban cansadas.

Justo hoy cumplía tres meses de noviazgo con Rubén; yo actuaba como si fuera otro día común y corriente, aunque desde que estoy con él ningún día parecía ser de esa forma.

—Es irónico que cantes Dulces Dieciséis, tienes catorce. —pronuncié mirando un montón de prendas colgadas.

—Tienes razón pero de esa manera te la puedo cantar a ti. —rió.

Técnicamente me despertó cantando el estribillo de Dulces Dieciséis en mi cumpleaños y el final de la canción, le había hecho honor a la letra.

—¿Qué opinas de estas botas? —preguntó mientras miraba el calzado.

Y sí, eran esas mismísimas botas negras con detalles plateados.

—Tienes que llevarlas. —le respondí alzando el par y mirándolo.

Hace meses habíamos agarrado la costumbre de ir a bazares o a tiendas de segunda mano, a veces encontrábamos cosas realmente locas y raras, era como una aventura.

—Mira esta chaqueta, te quedará genial. —dijo cargando las botas y jalándome hasta un recoveco de la tienda.

—Está muy grande para mi, quédatela tu. —tomé la pieza morada con apariencia plastificada y la contemplé, la había visto tantas veces en tantas presentaciones que se había vuelto icónica.

—Hay otra más chica. —sonrió—. Tenemos que llevarlas, vamos a estar vestidos iguales. —me miró emocionado.

Le asentí mientras esbozaba una sonrisa.
Rodeó mis hombros con su brazo y me atrajo a sí mismo.

—¡Mira esa playera de Skid Row! —caminó aún abrazándome.

Después de una hora más de compras regresamos a casa.
Fuimos a su cuarto donde se probó las camisetas que había comprado y la chaqueta.

—¿Cómo me veo?

Estaba acostada sobre su cama, él se miraba en un espejo de cuerpo completo que tenía a un lado de su tocador.

—Muy guapo. —le respondí casi inconscientemente, mirándolo embobada.

—¿De verdad? —se volteó.

Le asentí varias veces, vi sus mejillas tornarse de color rosa y le sonreí.

—Ven. —extendió sus brazos.

Cristalina // Rubén Gómez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora