XXVI. Los problemas

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Carla's POV

Una luz entrar por mis ojos me hizo despertar.
Abrí mis párpados lentamente esperando a que mis orbes se acostumbraran a la luz.

Después de abrir completamente mis ojos y mirar a mi alrededor, me di cuenta de que estaba en un hospital.

Me senté lentamente en la camilla, volviendo a cerrar los ojos con pesadez.
Detrás de una ventana enfrente de mi, pude ver a Rubén y a Raymond sentados, parecían estar dormidos.

Presioné un pequeño botón ubicado en mi camilla para llamar a alguna enfermera o doctor.
Después de unos segundos, una señora vestida de blanco entró.

—Hola, Carla. —me saludó animadamente—. Soy la doctora Valencia.

—Hola, mucho gusto. —le respondí sonriendo levemente.

—¿Cómo estás? —me preguntó sonriendo.

—Me duele la cabeza, mucho.

—Bien, es normal, pero he de suponer que no sabes que fue lo qué pasó, ni por qué estás aquí. —se sentó en una silla a mi lado.

—No... —me reí tímidamente.

—Te ahogaste en una tina. —me miró con compasión.

—Pero... —cerré los ojos al sentir una punzada de dolor en mi cabeza y llevé ambas manos hacia mi frente—. Yo estaba dormida.

—No debes de recordar muy bien las cosas. —el señor Acevedo entró y al verme despierta sonrió.

—En un momento vengo. —volvió a cerrar la puerta con delicadeza.

—Como te decía, ¿fue por un accidente?, o... ¿trataste de suicidarte? —habló en un tono bajo.

—No... fue un accidente. —la miré—. De verdad, lo juro.

—Bien, de todos modos de someteremos a un examen psicológico si no tienes problemas con eso, y probablemente tu pecho duela porque te sacamos el agua que había en tus pulmones; por suerte no moriste. —se paró con toda la calma del mundo y tomó mi mano—. Nos alegra que hayas despertado, iré a hacer tu papeleo para que salgas lo más pronto posible. —se paró y salió del cuarto.

—Gracias. —sonreí con los labios apretados.

La doctora habló un rato con el señor Acevedo, en eso, vi que Rubén y Raymond se despertaron, los saludé sacudiendo mi mano y me regresaron el saludo animadamente mientras sonreían.

Reí al ver que Rubén se acercó al cristal y lo golpeó con sus dedos de manera sutil.

Después de unos minutos, el señor Acevedo entró, dejando a ambos chicos afuera.

—¿Usted que hace fumando marihuana? —el adulto me apuntó enojado—. No dejé entrar a los niños porque no quiero hacerla pasar más vergüenza, pero lo que hizo fue muy grave.

Me quedé pálida ante sus palabras, pero no podía mentirle.

—Lo siento. —hice un puchero—. No lo haré de nuevo, yo se que está mal. —agaché la cabeza.

—Más le vale que no. —alzó la voz—. Nos preocupaste a todos. —se sentó a mi lado, en la camilla.

—De verdad lo siento, no era mi intención.

—No te regaño más porque estás débil y queremos que te recuperes. —habló seriamente.

Un silencio nos invadió.

—¿Sabe en dónde está Silvia? —lo miré.

—No está aquí. —escondió sus labios—. Pero si están Polly y Luna. —recargué mi cabeza con ambas manos.

Cristalina // Rubén Gómez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora