VII. Una tarde en 1985

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—Bien, la primera regla dice: "No traer chicos al departamento". —dije leyendo la hoja.

—Ya sabes, no podrás traer a Rubén. —Silvia rió.

—Cállate. —le dí un pequeño golpe con las hojas—. Ni siquiera hemos conocido a los chicos. —expresé en un tono de molestia.

Las demás se empezaron a reír junto con Silvia e inevitablemente mis mejillas se tornaron rojas mientras empezaba a sentir cosquillas en mi estómago, ocasionando que me riera nerviosamente.

—La siguiente dice: "Debes de limpiar todos los días a las 9 de la mañana tu apartamento y el de la señora Clara". —

—Eso ya lo sabíamos. —Luna expresó.

—Número tres: "Debes de pedir permiso si vas a salir a la calle".

—No es como que conozcamos a alguien aquí. —Polly se encogió de hombros.

—Pero quizás saldremos a dar una vuelta, un paseo o algo. —Silvia opinó.

—Es cierto. —replicó Luna refiriéndose al comentario de Silvia.

—Número cuatro: "Prohibido hacer fiestas y reuniones, sé respetuoso con el sueño de los vecinos y el de tus compañeros de cuarto. —leí la hoja.

—No somos muy sociables, así que todo bien. —Luna rió.

Rápidamente todas nos contagiamos de su risa.

—Número cinco: "Recibirás tu pago semanalmente, el cual es de 500 pesos mexicanos". —me sorprendí por la cantidad a pagar, era bastante buena.

—Nada mal, eh. —Silvia asintió.

—Es buena cantidad. —afirmó Polly.

—"Al salir del apartamento, apaga las luces y cierra la puerta". —seguí leyendo—. "Prohibidas las mascotas", "Respeta a tus compañeros y evita las discusiones fuertes". —terminé de leer las reglas y miré a mis amigas.

—Por mi, está bien. —habló Polly de manera muy segura.

—Igual. —dijeron las demás.

Y yo, por obviedad estaba de acuerdo.

—Bueno, solo queda firmar esta cosa. —suspiré—. Vengan, hay que buscar a la señora Clara. —me encaminé a la puerta y giré la perilla.

Rápidamente mis amigas vinieron detrás de mi, cerramos la puerta y nos dirigimos al apartamento de enfrente. Tocamos la puerta y nos recibió Miguel, el tal Miguel que ni siquiera nos había saludado.

—Hola, ¿Miguel verdad? —pregunté mirándolo.

—Si. —asintió, miro a mis amigas y después a mi.

—¿Está la señora Clara? —hablé tímidamente.

—Acaba de salir, ¿qué necesitan? —dijo de manera agradable.

—Aceptamos el contrato, pero no tenemos plumas para firmarlo. —tragué saliva y le mostré las hojas.

—No puedo pasarlas acá, pero les traeré una pluma, esperen, por favor. —cerró la puerta y escuchamos sus pasos alejarse.

Miré a mis amigas y automáticamente se rieron.

—¿Qué?

—Nada. —hablaron aguantándose la risa.

—Solo que hasta te cambia la voz cuando eres educada. —Silvia cubría su boca con su mano.

Cristalina // Rubén Gómez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora