XLVII. Invitación

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—No voy a ir a un programa, acabamos de estar en el Poliedro, es primero de noviembre, debería de estar en México.

—Rubén estará contigo. —Sergio respondió.

—¿Qué?, ¡no! —miré al chico peinar su cabello—. Puede ser peligroso.

—Entonces quizás pueda quedarse en el backstage.

—Luego de la fiesta de halloween ¿de verdad crees que quiero salir?

—Solo fue una foto, se ganaron un artículo de cuatro páginas sin mover ni un dedo. —él me miró y cruzó sus brazos.

—Eso es lo que no quiero. —me deje caer sobre su cama.

Sergio y yo habíamos retomado nuestra amistad, ahora con más calma estábamos volviendo a hablar.

—Es tú momento. —me señaló—. Sabes que puedes hacerlo, estás siendo un ejemplo a seguir.

—Uno para nada bueno. —exhalé.

—Mira, —hizo una pausa—. todo el mundo te quiere conocer más, ábrete. Vas a ver que será lindo. —sonrió.

Le sonreí y asentí mientras pensaba en sus palabras.

—Esa sonrisa, dientes de conejo.

—¡Oye!, cállate dientes de castor. —fruncí el ceño y después reí.

—Oye, oye, que a mi se me note más es diferente. —rió.

Miré el reloj digital en su cuarto, marcaba las 11:34 de la mañana. Sabía que debía de ir a continuar mi trabajo en vez de mirar como Sergio cepillaba su cabello y me contaba chistes malos.

—Ya tengo que irme, nos vemos. —me paré.

—Dale, adiós. —continuó peinándose.

Me encaminé a paso flojo a mi oficina, un cuarto que había arreglado para que quedara de tal manera que pareciera un cubículo.
En cuanto me senté enfrente de la computadora, Edgardo abrió la puerta.

—Empaca, nos vamos a México.

—¿Qué? —lo miré.

—Lo que dije, apúrate. —salió del cuarto.

Un gruñido salió de mi boca, apreté los puños e incluso rechiné los dientes un poco.
Salí del cuarto en dirección a mi habitación, caminé por todo el pasillo y cuando estaba por llegar choqué con Rubén, quien salía de éste.

—Justo te iba a buscar. —rió.

—¿Qué haces aquí? —mi gesto se ablandó.

—Me tomé la libertad de hacer tu maleta, Edgardo me dijo que en unos minutos salimos a México.

—Me dijo lo mismo, gracias por ayudarme. —le sonreí sin mostrar mis dientes y me dirigí hacia el armario para tomar un bolso—. ¿Ya hiciste tu maleta? —saqué un labial y pinté mis labios con un color rojizo no muy fuerte.

—Sí. —sonrió ampliamente—. Solo te esperaba. Empaqué todo lo que necesitas, puedes revisar.

—Te creo. —me acerqué a él—. Gracias otra vez.

Estiré mis piernas, logrando pararme de puntitas para alcanzar su rostro y darle un beso en la mejilla, pintando la forma de mis labios en la zona. Me atrajo con sus brazos a su pecho, sintiendo un olor a vainilla, lo rodeé con mis extremidades y apreté mi agarre. Se separó un poco, buscando mi rostro, y cuando lo encontró de frente me dió un beso en la boca.

Salimos del cuarto arrastrando mi maleta, bajamos las escaleras y fuimos en dirección a abordar uno de los autos que ya nos esperaban estacionados enfrente de la casa.

Cristalina // Rubén Gómez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora