XLIII. Caída

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Hace tiempo que ya casi no hablaba con Silvia, días pasados a su cumpleaños me dijo que ella y Ray habían olvidado pagar el teléfono y que escondió tan bien su celular que lo olvidó.

—Sabes que no estoy de acuerdo en que fumes. —su voz se escuchaba enojada.

—Lo sé, solo serán unas cuantas veces.

—Pero no te piques, eh. —suspiró—. Te la estoy dejando pasar.

—Vale, vale. —exhalé—. ¿Cuando vendrán?

—Aún no lo sabemos, cuando tengamos vacaciones te diré.

—¿Todo bien con Ray? —Rubén entró a mi cuarto pero al verme con el teléfono en la mano hizo una cara de sorpresa como si hubiese interrumpido algo.

—Te espero en la cocina. —susurró y respondí asintiendo con la cabeza, luego se fue.

—Supongo que sí, ya lo conoces, últimamente ha estado un poco alejado, pero quiero pensar que es por el trabajo. —Silvia habló detrás de la bocina.

—Bueno, espero que todo mejore.

—Gracias..., ¿tú y Rubén están bien?

—Sí, todo parece correr muy bien... tuvimos una discusión hace varios días pero lo arreglamos.

—Cosas normales, que bueno que estén bien.

Estuvimos hablando por unos minutos más hasta que colgamos, ella tenía que tomar un vuelo y yo necesitaba comenzar con la mercancía nueva.

Al próximo mes de abril sería el lanzamiento del álbum y todos estábamos con un panorama lleno de ocupaciones, estrés y un poco de mal humor.

Me dirigí hacia la cocina como Rubén me había pedido, ahí mismo lo encontré comiendo una manzana.

—¿Y eso que te pusiste pantalones de cuero? —encarné una ceja.

—Hay una fiesta. —me miró—. Esta noche.

—Bueno. —me recargué sobre la cubierta de la cocina, esperando a que hablara más.

—Y pensaba que podríamos ir. —se posicionó enfrente de mi.

—No es mala idea. —miré una manzana que estaba sobre su mano.

—Todo es informal, la pasaremos bien. —rodeó el mueble y se paró a un lado mío—. ¿Vamos?

—Me servirá de distracción, estoy harta de escuchar a Edgardo decirme que haga pósters. —su brazo se enrolló en mi cuello, agarré la mano que colgaba sobre mi hombro y caminamos hacia la sala.

—Créeme que estoy harto de cantar Sin Tu Amor, me gusta la letra y todo, pero ya me cansé.

—La promoción será más difícil, tengo que comenzar a diseñar otras cosas. —nos sentamos en un sillón amplio—. Eso me recuerda a que debo de estar en mi oficina. —lo miré.

—No te vayas. —lloriqueó e hizo un puchero.

—Tengo qué. —acomodé su flequillo.

—Ahora no. —abrazó mi brazo impidiéndome pararme

—Ay, Rubén. —reí—. Saldremos esta noche, ambos tenemos mucho trabajo y estás consciente de ello.

—¿Me puedo quedar contigo mientras trabajas?

—¿No tienes cosas que hacer? —me. miró con cara de perrito suplicante.

—No, no.

—Bueno, podemos comer y luego me acompañas.

Cristalina // Rubén Gómez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora