LVII. Reconstruir

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Estar en Puerto Rico me hacía sentir más tranquila de lo normal, y más ahora que estaba concentrada en trabajar.

César me llamaba dos o tres veces a la semana para saber cómo estábamos, él se sentía menos estresado ahora que no pertenecía la grupo, y su voz sonaba más contenta que otras veces.

Estábamos recorriendo la isla con un nuevo integrante: Adrián. El rubio se mostraba tímido a ratos, pero era más extrovertido que todo el personal junto.

Wey, estoy harta. —Gina exhaló.

—No me digas, tienes suerte de no tener que andar con una cámara para todos lados. —me dejé caer en la cama del cuarto de ella.

—Vamos a la playa, el agua está muy a gusto, de paso podemos caminar. —Mary sonrió.

—Ya voy. —Gina acomodaba su traje de baño rosa, mirando su reflejo en el espejo de su cuarto—. Olvidarme del trabajo no me haría mal, ¿vienes, Carla?

—En un rato las alcanzo. —ambas asintieron y se fueron.

Mi cuerpo reclamaba un poco de descanso, pero mi mente me decía que debía de terminar todo el trabajo de papeleo que necesitaba Edgardo para mañana, quién apenas y me miraba a los ojos; José Antonio estaba más partícipe con el grupo, de vez en cuando lo miraba.
Me levanté y caminé hacia mi habitación, pensando y decidiendo qué hacer.

—Carla, ¿sabes en dónde están los demás? —Adrián apareció, con una toalla sobre su nuca y listo para ir a la playa.

—Están en donde vamos. —tomé una decisión muy apresurada, tal vez la mejor.

Entendió mi respuesta y sonrió.

—Te espero aquí. —se sentó en el piso, afuera de mi habitación.

—No me tardo.

Ya tenía todas mis cosas listas en una bolsa, solo tenía que ponerme el traje de baño.
Me metí al baño para quitar mi ropa y colocarme el traje de baño, exactamente el mismo que usé en la albercada donde Sergio me tiró al agua. Recordé que Silvia estaba ese día cuando me probé el bikini, e incluso me hizo burla cuando Sergio lo escogió para mí.
Sentí una profunda nostalgia.
Volví a ponerme la ropa que ya usaba: un simple short de mezclilla con una playera color verde limón y sandalias negras.
Salí del baño y tomé mi bolsa con lo necesario para estar un buen rato en la playa, Adrián y yo nos encontramos afuera de mi cuarto y caminamos en dirección a la salida de la casa, pues teníamos la playa enfrente.
El chico y yo nos separamos para ir cada uno con la compañía que deseábamos.
Llegué hasta una palapa donde estaban mis amigas y compañeras, me saludaron con efusión.

—¡Aquí estás! —expresó Gina con felicidad—. Quién te viera. —su voz se tornó pícara.

—Me convencieron. —dejé mi bolsa en la arena y saqué mi toalla, la extendí en el suelo y me senté encima de ella.

—¿No te vas a meter? —Mary se sentó a un lado mío.

—Más al rato, el sol está muy fuerte.

—Bueno, me quedo aquí contigo.

—Yo me voy, no me importa que el sol esté así o asá.

Vimos cómo Gina caminaba por la arena caliente, y su rostro de dolor cuando sintió que ésta le quemaba las plantas de los pies, apresuró su paso y terminó llegando al agua, donde se sentó.
A unos metros de ella, salpicando el agua, gritando y riendo, se encontraban Sergio, Robert, Rubén, Rawy y Adrián.
El moreno parecía no haberse dado cuenta de mi presencia, yo lo miraba en todo momento.

Cristalina // Rubén Gómez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora