LXI. Obra muerta

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Despertó de sopetón, se sentó en la cama y miró el reloj del cuarto dándose cuenta de que era tarde y necesitaba estar en el aeropuerto para recibir al grupo y personal. Se impulsó con sus brazos y brincó de la cama para comenzar a desvestirse. Se despojó de su pijama y colocó un cambio de ropa que había dejado listo una noche anterior: una playera corta de manga larga color vino, un pantalón de mezclilla y Converse negros. Para finalizar se puso la chaqueta de Rubén, su anillo y un collar.
Peinó un poco su cabello, el cual había alaciado ayer para que no se le esponjara por la mañana del día siguiente, o sea hoy.

Agarró la primera mochila que localizó con la vista, revisó que no tuviera nada adentro, metió un poco de dinero y otras cosas que tal vez necesitaría.
Salió de la casa, cerró con llave la puerta, fue hacia la calle para buscar un taxi. En eso, su celular sonó.

—¿Hola? —contestó.

—¡Se los están llevando, tienes que venir! —Mary respondió con desesperación.

—¿A quienes? —preguntó tratando de evadir los pensamientos que le alertaban justamente lo que más temía.

—¡Sergio y Rubén! —exclamó—. ¡Ven, rápido!

Colgó el teléfono y fue a la casa.
Buscó su pistola, la cargó y depositó en la mochila con cuidado.
Tomó aire y sacó el mismo por su boca, tratando de calmarse y dejar de temblar por la carga de nervios que comenzaba a sentir. Tragó saliva, salió de nuevo de la casa y con cuidado se dedicó a mirar el suelo, cuando encontró una piedra de buen tamaño la empacó.
Su estómago estaba dándole problemas, lo sentía revuelto, una ganas de vomitar atacaron su garganta.

Esta vez ni siquiera cerró la casa, corrió hacia la calle y detuvo al primer taxi que vio.

Good morning, where are you going? —entró al vehículo.

To the airport, please. —azotó la puerta con cuidado y el chofer tomó rumbo hacia la locación.

El viaje iba a salir caro, pero ¿qué más daba ahora?
Había un tráfico enorme para llegar, estaban a menos de tres cuadras. Filas y más filas de carros que apenas avanzaban era lo único que podía ver.

How much is it? —interrogó ella con nervios.

I can't drop you here. —respondió el señor.

But I really have to go, there's no problem if you leave me here. —trató de convencerlo.

Are you sure? —la miró con preocupación.

Totally. —respondió con seguridad.

Aquel señor mayor de edad resopló y negó con la cabeza.

It's fifty-five. —dijo, ella buscó el dinero y se lo extendió cuando lo tuvo en su mano.

Thank you, have a nice day. —abandonó el coche y cerró la puerta.

Be careful, young lady!

Fue corriendo por todo el estacionamiento, esculcó su bolsa buscando la piedra hasta encontrarla.
Vio a Rubén y a Sergio siendo llevados por los policías, los tomaban de los brazos, forzándolos a caminar.
Paró cuando estaba enfrente del aeropuerto, sostuvo la piedra con fuerza y la aventó hacia los grandes ventanales del edificio, logrando llamar la atención de todos, en especial de los policías.
Sacó la pistola, amartillándola y disparando hacia el suelo.
Todos se agacharon, menos Rubén, quien corrió hacia la joven para agarrar su mano.

—Te juro que no es mía ni de Sergio, Edgardo la escondió. —sus ojos llenos de lágrimas hablaban por sí mismos.

—Te creo, no tienes por qué jurarme nada. —ella acunó su rostro con una mano.

Cristalina // Rubén Gómez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora