LIII. Mal viaje

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Hace días que Carla y Silvia habían terminado su amistad; el ambiente lucía bastante pesado, y Edgardo sabía que eso no le beneficiaría en nada.

—Te cité aquí porque creo que es necesario que hablemos. —el adulto se dirigió a Carla.

La joven que estaba sentada enfrente de su escritorio parecía no inmutarse siquiera a mirarlo, la vista de ella yacía posada sobre un portalápices, su semblante estaba muy serio y lucía cansada.

—Carla. —Edgardo la movió ligeramente, captando su atención de una vez por todas.

—Perdón. —Carla se removió en su asiento e intentó prestar atención.

—Estás mal. —resopló.

—Ya lo sé. —el rostro de la chica se tornó más triste.

—Es momento de que te tomes un descanso, sé que has trabajado duro. —Edgardo se percató de la notable tristeza en ella—. Irás a tu curso, ¿lo recuerdas?

—¿Ya? —ahora estaba confundida.

—Ya mismo... bueno, mañana; te reservé una habitación en un edificio, está un poco lejos de la escuela a donde asistirás pero te servirá para distraerte.

—Está bien. —asintió.

—Y también aparté una consulta con una... —aclaró su garganta—. una terapeuta, es hoy.

Ella se sorprendió; sintió que Edgardo se había preocupado por su bienestar una vez más.

—Gracias. —le dio una sonrisa rápida.

—No hay de qué. Ve a hacer tu maleta, mañana partes para allá. —abrió la puerta de la oficina y espero a que la muchacha saliera.

Los chicos habían salido a una fiesta, solo César estaba en casa.
Ella fue a buscarlo para ver si podrían aunque sea hablar, lo encontró en el cuarto que compartía con Rawy.

—Hola. —el joven mostró su blanca y bonita dentadura en una sutil sonrisa.

—Hola. —respondió Carla entrando a la habitación y sentándose en la cama de él.

—¿Cómo te sientes hoy? —dejó de dibujar en su cuaderno y se enfocó en ella.

—Igual que ayer, igual que toda la semana. —exhaló pesado.

—Mira. —llamó su atención—. Te hice esto. —sacó una hoja blanca con algo dibujado, se paró y se la extendió a su amiga.

Carla miró aquella hoja con detenimiento, admirando la bella flor que ni ella ni él sabían cómo se llamaba, pero que sin dudas, era la favorita de la joven.

—Está muy bonita. —sonrió ampliamente—. Gracias.

Se acercó a él, quien la miraba atento y estrujó el cuerpo del chico con sus brazos, sintiendo ambos una salpicadura de felicidad.

—Que bueno que te gustó. —se separaron y volvieron a sentarse, ella no dejaba de ver el dibujo.

—Iré a guardarlo en mi cuarto, no quiero que se arrugue o le pase algo; vamos. —se pararon y ambos tomaron rumbo a la habitación de Carla.

—¿Qué planes tienes para hoy? —preguntó él.

—Edgardo me llevará con una terapeuta... y ya. —se encogió de hombros.

—Ya veo. —entraron al cuarto—. ¿Quieres ver una película ahora?, antes de que te vayas. —se sentó en la cama.

—Suena bien, pero tienes que ensayar, y yo tengo trabajo. —guardó el dibujo en un folder con otros que César le había regalado y volteó su cuerpo hacia él.

Cristalina // Rubén Gómez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora