XXX. A la cuenta de tres

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Casi el final de otro año más.
Era un nublado 19 de diciembre de 1987 en Puerto Rico, específicamente en La Loma.
Edgardo me dijo que como regalo de cumpleaños me llevaría a mi primera clase de manejo de armas, que regalito tan bueno.

Estaba sentada en uno de los sillones de la sala de nuestra casa, escuchando música.
Vi que Sergio se paró enfrente de mi, pero no le presté atención por andar cantando.

Se sentó a mi lado, quitó uno de mis audífonos y habló.

—Feliz cumpleaños. —sonrió.

—Gracias. —le respondí sonriendo y quitando el audífono de su mano para colocármelo en la oreja de nuevo.

Se paró y se fue, minutos después llegó Silvia.

—Apúrate, vamos a salir. —dijo sonriendo y sentándose de golpe a mi lado—. Feliz cumpleaños, tú. —pellizcó mi estómago y me abrazó.

—Gracias. —la miré riendo—. ¿Qué habías dicho antes?

—Que saldremos; usar audífonos te va a causar sordera.

—Ya sabes que soy una sorda. —suspiré—. Ya vuelvo, no me tardo en arreglar.

Rápidamente fui al cuarto de Rubén, ya que ahí guardaba maquillaje por si alguna emergencia sucedía.

Por suerte el niño no estaba y me arreglé con rapidez y facilidad.

—Listo. —grité mientras bajaba las escaleras.

—A la hora. —dijo Luna riendo—. Feliz cumpleaños Carlita. —me miró y extendió sus brazos hacia mi.

—Pues alguien no me avisó a tiempo que íbamos a salir. —miré a Silvia y reí—. Gracias Lunita. —nos abrazamos.

—Ya, ya; Ray, Raymond y Rubén están esperándonos afuera. —caminó hacia la puerta.

—Las tres "R". —expresé mientras tomaba mi bolso de mano.

—Sí. —añadió Luna—. Que coincidencia. —rio.

—Feliz cumpleaños. —dijo Rubén mientras me abrazaba riendo—. Te quiero mucho. —sentí su olor a vainilla impregnar mi nariz.

Sentí una emoción invadirme al escuchar su dulce voz decir que me quería.

—Gracias, Rub. —le sonreí y correspondí su abrazo, estaba feliz—. También te quiero mucho.

Una vez subimos al auto, Ray; quien acababa de llegar hace apenas unos días, condujo hasta llegar a un restaurante de comida rápida, un McDonalds.
Estando adentro del restaurante, Ray y Raymond me felicitaron, nos acomodamos en un sillón semicircular, ordenamos la comida y empezamos a hablar de temas variados.

Ray y Silvia estaban sentados y abrazados uno después del otro, después estaba yo, a mi izquierda se encontraba Rubén seguido de Raymond y hasta la otra punta estaba Luna.

Upsi. —dijeron Silvia y Ray al unísono después de tumbar un par de papas fritas y su refresco, logrando un desastre en la mesa.

—¡No, mis nuggets! —dijimos Rubén y yo al mismo tiempo.

Nos reímos al descubrir la coincidencia de palabras.

Casi inconscientemente, jalaba de forma sutil el borde la chaqueta de mezclilla de Rubén, tanto que el chico sonreía cada vez que alzaba las manos y me llevaba su prenda entre los dedos, tironeándola.

—¿Y los regalos? —le preguntó Silvia a Ray.

—Rayos. —el chico pegó un brinco—. Los dejé en el auto. —sonrío penoso y corrió en dirección a la salida.

Cristalina // Rubén Gómez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora