XXXIV. Riesgos

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Otra vez había vuelto a la normalidad todo con Rubén, por lo que estaba tranquila en todos los aspectos, excepto en el laboral.

Edgardo me había pedido más ideas, y yo sé las daba, pero no estaba convencida de que fueran las mejores. Mientras más exigía, más pésimas eran las cosas que se me ocurrían, y no quería hacer algo mal, por lo que preferí hablar con él sobre el tema.
Me citó en su cuarto que había convertido en oficina, a las 4 de la tarde.

—Buenas tardes, siéntate. —señaló el asiento enfrente de su escritorio.

—Buenas tardes, gracias. —le respondí sentándome frente al adulto—. Lo que le quería comentar es que se me dificulta dar nuevas ideas. —aclaré mi garganta.

—¿Y yo qué puedo hacer? —respondió sarcástico.

—Le quería pedir que me diera un poco tiempo para pensar, el trabajo que hago no me gusta y no creo que sea bueno. —le entregué una carpeta con mis trabajos—. Mire y compare mis modelos del año pasado y los actuales, lo de ahora son pésimos. —expresé con franqueza y frustración.

—Entiendo a qué quieres llegar. —habló ahora más serio—. En lo personal me parece un trabajo honesto, es muy bueno, pero tienes razón en que esto —alzó la carpeta—. no es todo tu potencial.

Me entregó la carpeta y se quedó pensando por un tiempo.

—Hagamos algo. —llamó mi atención—. Has de saber de sobra que eres mi ingrediente principal, el más fuerte e importante, y me alegra que por eso mismo quieras hacer un mejor trabajo. —suspiró y cerró los ojos—. De ahora en adelante, cuando tengas una idea, dímela y si la autorizo, la haces; de lo contrario, la modificamos. —se paró y extendió su mano hacia mí.

—De acuerdo, gracias. —imité sus acciones y tomé su mano con un poco de miedo.

Salí del cuarto algo feliz, estaba contenta de que me haya entendido, pero al mismo tenía un miedo y pavor de que las cosas no salieran como las tenía planeadas; si me retrasaba en la entrega de modelos las consecuencias podrían ser muy graves y conociendo a Edgardo ya ni siquiera sabía que esperar de él.

Fui al exterior de la casa una vez dejé los modelos en mi cuarto, ni siquiera sabía por qué pero tenía muchas ganas de llorar, o tal vez si sabía por qué.

Me senté en el pasto, abrazando mis piernas, escondiendo mi cabeza, y pensando en todo lo que había sucedido desde el viaje hasta este día, comencé a llorar en silencio, rogando porque nadie me sorprendiera.

—Hola. —una voz masculina habló.

—Hola. —vi a Sergio y le sonreí con los labios apretados.

—¿Estabas llorando? —se sentó a un lado de mi.

—Creo que es más que obvio. —sorbí mi nariz y limpié mis cachetes mojados.

—¿Ocurrió algo? —me miró preocupado.

—Son demasiadas cosas... y a veces creo que no podré soportarlo más. —tomé los lentes y los aparté de mi rostro.

Sentí uno de sus brazos rodearme, y colocó su cabeza encima de la mía.

—Todos pasamos por momentos difíciles, es bueno llorar a veces, y si puedes sacarlo, mejor. —pellizcó mi estómago, haciéndome reír un poco—. Vamos adentro, parece que va a llover. —se paró y me esperó para entrar junto a él.

—Gracias. —lo abracé y fui hacia mi cuarto.

Me asombré al escuchar a Sergio hablar de esa manera tan linda y madura, realmente había cambiado todo este tiempo, y me alegraba tenerlo como amigo ahora.

Cristalina // Rubén Gómez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora