Capítulo XXIX

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De regreso a Londres, James no podía dejar de apartar sus pensamientos sobre Erin, si cerraba bien sus ojos y se concentraba lo suficiente, era capaz de sentir pequeños hormigeos en sus labios, recordando como había sido aquel placer de tener a la chica que amaba a su lado.

Solo Dios sabe que hizo todo lo posible por llegar al hospital para despedirse de ella, pero se había convertido en algo imposible de hacer, ya que terminada la competencia, salieron inmediatamente a Londres, donde tendrían una competencia tan solo unos días después. Howard miraba desde lejos a su amigo que también resultaba ser su aprendiz, se había percatado con una simple mirada, de todo el abismo de incertidumbre y tristeza que abordaba su corazón. James se encontraba cabizbajo, con la mirada perdida y los hombros caídos, su cabello estaba algo revuelto y aunque vestía prendas finas, su lenguaje corporal indicaba que era uno de los hombres más tristes del mundo. Su mente, no solo lamentaba el hecho de no despedirse de su amada, sino que también lo culpaba de ser un patético cobarde que no había tenido el valor suficiente como enfrentarse a su padre, abandonar todo lo que alguna vez sintió suyo, para huir y vivir la vida que tanto había soñado, con la mujer que le robaba algunos suspiros.

Se castigo todo el camino, en todo momento, hasta que el sueño terminó por vencerlo y cayó rendido, y sin embargo, en sus sueños, Erin seguía apareciendo, con un vestido blanco un poco transparentoso, que dibujaba la silueta de sus piernas, en medio de un bosque, recogía flores silvestres con su cabello suelto, dejandole al viento la tarea de bailar libremente por sus mechones. En su sueño, ella lo miraba fijamente, sin dejar de recoger sus flores, lo que al principio había sido una sonrisa de su parte, se convirtió en una mueca y luego se transformó en un ceño fruncido. El sol se ocultó, la lluvia comenzó a azotar sus cuerpos, frente a frente, estaban tan cerca, pero eran incapaces de tocarse, las flores se habían echado a perder y todo el jardín comenzaba a hundirse, con ellos plantados como árboles en la misma posición de un inicio. Hasta que Erin rompió el magnetismo, comenzando a alegarse poco a poco, James, por su parte intentaba moverse, seguirla a donde fuese que ésta se dirigiera, pero era incapaz de hacerlo, solo podía verla irse sin retroceder para mirarlo y cuando estuvo lo bastante lejos para darse vuelta, sus ojos estaban llorosos, su cabello había perdido el encanto de unas pequeñas ondulaciones naturales que le otorgaba el buen clima que había desaparecido minutos antes. Su vestido estaba lleno de lodo y no parecía ser tan agraciada y angelical como lo fue en un principio, pero para James, seguía siendo la mujer más hermosa de todas.

Erin seguía llorando, sin dejar de mirarlo, parecía que tampoco deseaba alegarse de su amado, pero una sombra misteriosa se posó a su lado, sujetandola del brazo y obligandola a caminar, James intentó nuevamente moverse, pero ahora no eran sus pies quien lo detenía, ahora era una sombra, que lo sujetaba de la misma forma en la que la sombra contraria lo había hecho con Erin, esa sombra, también lo arrastraba, del lado contrario y cada vez, ambos jóvenes estaban más lejos uno del otro.

Al llegar a Londres, James esperaba encontrar a su familia en un auto lujoso, ansiosos por su llegada, pero el único rostro familiar que logró reconocer fue a Danielle, la muchacha estaba sonriendo, con su abrigo de piel puesto, sus zapatos de tacon brillaban como una estrella en el cielo y el rojo de su calzado, hacia juego con el color de sus labios. Abrió los brazos cuando James piso suelo londinense y se abalanzó a su encuentro, estrechando su cuerpo con el del joven, sin importarle lo que las personas pudieran pensar a su alrededor, ella necesitaba tener esa sensación de seguridad, que en el fondo, sabía que no existía, pero quería convencerse de lo contrario. El chico, se mantuvo quieto, pero rodeó un poco sus brazos sobre la muchacha, intentando no parecer descortés.

—Te eche mucho de menos. — admito la joven, separándose de James. — estaba a punto de ir a Gales solo para verte.

El joven, se sintió algo incómodo, era dueño total de la atención de la muchacha, pero no podía dejar de pensar a la mujer que había dejado en Gales, Danielle y Erin eran totalmente diferentes, ni siquiera había punto de partida para compararlas, y James se moría por Erin y Danielle, se moría por él. Luego de un par de palabras, subieron al auto que los esperaba, llevaron a Howard a su hogar y partieron al suyo, el camino estuvo lleno de conversaciones banales sobre el clima, la situación económica del país, y porque no, el avance de la guerra. A pesar de que ese no era tema del cual las mujeres hablaban, Danielle se había esforzado en los días de ausencia de James, para ponerse al tanto de las ultimas noticias del momento, para así, intentar impresionarlo con su inteligencia y sus dotes de cultura general, pero luego de unas cuantas respuestas un tanto distantes, se dio cuenta que a James, no le interesaba en lo más mínimo lo que ella estaba diciendo.

Danielle optó por guardar silencio lo que quedaba del camino, intentando así que el joven se diera cuenta e intentará sacarle conversacion, pero James no hizo nada y en el fondo de sus pensamientos, agradecía el silencio de su compañera de auto. Llegaron a su hogar y ambos se bajaron del vehículo, al entrar, había una fiesta, amigos de sus padres, personas importantes de Londres, todos reunidos para felicitar el triunfo de James con copas del más costoso vino y champán de la ciudad. Danielle cómo toda una víbora, deslizó su brazo hasta enlazarlo con el suyo, siguiendo a la perfección el pequeño acuerdo que tenía con Arthur Buckley, el padre de James, sonrió complacida y antes de que el joven pudiera librarse de su agarre, el periódico le pidió una fotografía, a la cual, James no se pudo salvar. Con su medalla puesta, el rostro un tanto sonriente y Danielle colgando de su brazo, como si se tratase de su esposa, fue así como salió la fotografía, la cual después de meditarlo, en medio de la fiesta y con un whisky en su mano, James empezó a desear con locura que esa dichosa imagen, no llegará a ojos de su amada en Gales.

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