Capítulo III

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Al día siguiente Erin se levantó de su cama, miró alrededor sin saber que sería la última vez que vería el interior de su habitación por mucho tiempo, la noche anterior no había sido capaz de conciliar el sueño, se sentía tan nerviosa, ansiosa y confundida. Luego de soltar aquella bomba en frente de sus padres, evidentemente los mismos se quedaron sin palabras, Archibald pidió disculpas y se fue del apartamento casi que huyendo. Erin no sabía lo que el joven pensaba y tampoco es que le importase mucho.

Hizo sus deberes matutinos, acomodo su habitación y luego fue en busca de su equipaje para guardar lo esencial, unos cuantos vestidos que no había usado hasta la fecha, dos pares de zapatos, su cepillo de dientes, jabón de baño y las demás cosas de higiene íntima. Termino de empacar sus cosas y se detuvo en frente de su espejo, de observó con detenimiento. Se veía tan pura e inocente, sin tener la menor idea del destino que le esperaba, con las ganas de conocer el mundo y vivir experiencias únicas, en el fondo, se veía muy feliz por tomar aquella decisión.

Salió de su habitación y sus padres estaban sentados en la mesa, con la carta encima de la misma, al salir, se miraron mutuamente. Ella se acercó hasta donde ellos estaban y sonrió.

—Buenos días. — murmuró.

Su madre contuvo las ganas de responderle, pero su padre, manteniendo la cabeza en alto, fue el más educado de ambos.

—Buenos días hija, ¿cómo amaneces? — le preguntó. — ¿vas a desayunar?

Los ojos del señor Smith destilaban tristeza y fue algo que no pudo ocultarte a su hija y a su esposa, quienes le miraban con cierta expectativa a la espera de que hiciera o dijera algo más.

—Estoy bien. — respondió con simpleza la muchacha. — y si, si no les parece una molestia, tomaré el desayuno.

La chica se encaminó a la cocina donde consiguió la comida que su madre estaba preparando, el caldo ya estaba listo así que se sirvió un poco en un tazón ondo y con una cuchara y el plato en mano se acercó a la mesa donde se sentó en su puesto correspondiente, al medio de sus ambos padres.

Comenzó a comer en silencio, pero claramente sus padres deseaban gritar, armar un alboroto, hacerla entrar en razon, o convencerla como última instancia de que la decisión que había tomado, no había sido la más adecuada para ella, pero ninguno de ellos  hacían ni un solo ruido, más que el sonido que emanaba sus respiraciones agitadas.

No podían ocultar el hecho de lo asustados que estaban, su única hija estaba a punto de irse por esa puerta sin una fecha de regreso, colocaría su alma y cuerpo al servicio de Inglaterra, se marcharia con una sola valija y la vaga esperanza de convertir al mundo, en un lugar mejor. Por sus mentes ocurrieron tantos escenarios que no habían sido capaces de conciliar el sueño, al igual que su hija, pero claro, por motivos diferentes.

—No podemos obligarte a que te quedes. — comunicó el padre de Erin con un tono de voz tenue. — pero quiero que sepas, que siempre contarás con nuestro apoyo, nos agrade o no las decisiones que tomes. — incluyó. — ya eres una señorita y respetaremos tus decisiones. — afirmó.

La chica guardo silencio y su madre comenzó a llorar en medio del apogeo de las palabras de su esposo.

—Muchas gracias por comprenderme. — Erin sonrió, con el corazón envuelto en tristeza.

—No queremos que te marches sin ésto. — el Señor Smith se colocó de pie y fue en busca de un paquete envuelto en papel marrón. Dejó el paquete cerca deo espacio de la chica y volvió a tomar asiento. — ábrelo.

Dicho ésto, Erin comenzó a abrir el paquete y para su sorpresa, se encontró con un diario adentro, hojas blancas, sobres y todo aquello esencial para escribir cartas.

—Conoces la dirección postal de nuestra casa. — mascullo. — no esperamos recibir cartas todas las semanas, pero quisiéramos saber que te encuentras bien, estés donde estés.

Ahora, las lágrimas de los ojos de Erin comenzaron a escaparse sin control alguno, se sentía tan triste que el sentimiento mismo no cabía dentro de su pecho, sentia una presión en su corazón, propia de lo que estaba sintiendo y por instantes dudo en sí había tomado la mejor decisión, pero borro aquellos pensamientos de su mente, en su corazón, sabía que estaba haciendo lo que quería hacer, pero aquello no eliminaba el hecho de sentirse tremendamente triste por su partida.

Había sido criada por ambos durante su nacimiento, ellos siempre estuvieron para ella y a pesar de las diferencias con su madre, era el único mundo que Erin conocía hasta entonces y el miedo se apoderó de su sistema, se iba a aventurar a algo completamente desconocido y con ésto, salía de su zona de confort, como si fuese un pajaro bebé listo para volar, como una oruga que se acababa de convertir en mariposa.

Erin estaba lista para volar y sus padres, a pesar de la sobre protección que le habían brindado durante toda su vida, estaban listos para dejarla volar con sus propias alas, alejarse de la seguridad que se encontraba en su nido, lista para para salir y abandonar su antiguo caparazón.

Sus padres la acompañaron hasta la entrada del edificio y ambos con lágrimas en los ojos se despidieron de su hija, un cálido abrazo y besos en la frente fue la última muestra de amor paternal y maternal que recibió antes de emprender su camino. Comenzó a caminar y en el proceso unas cuantas lágrimas se deslizaron por sus mejillas, volteo a ver a sus padres por última vez y ellos le sonrieron entre lágrimas y sacudieron sus manos, en forma de despedida. Ella alzó la mano y se despidió también, con una sonrisa y las mismas lágrimas cayendo como si fuera una llovizna.

Cinco cuadras más adelante y en dirección al norte se encontraba la escuela de enfermería, llegó casi diez minutos después, pero a buena hora. Observó el edificio y miró a su alrededor, se preguntó por última vez: ¿ésto es lo que en verdad quieres?  y no dudo en responder a aquello con un rotundo: Si.

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