Capítulo XXVIII

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Las montañas que rodeaban a Gales dibujaban el paisaje perfecto, la definición de paraíso estaba escrito bajo sus cielos, un lugar mágico que parecía sacado de un cuento de hadas. Los colores tan vivos que estaban impregnados por todos lados, era sumamente difícil mantener la concentración y la vista en sólo una parte del camino, Erin estaba tan ansiosa por el paseo que estaba emprendiendo que le era sumamente difícil mirar solo una parte, ella quería observar toda la magnitud y gloria que tenía para ofrecerle la naturaleza de Gales. Una explosión de flora y fauna, todo era tan diferente a Londres, el cielo estaba despejado, los pájaros cantaban serenatas y el aire era tan limpio. Jamás había tenido la dicha de conocer algo parecido, todo lo que había visto en su vida, era lo que una ciudad vertiginosa como Londres tenía para ofrecerle. La escasez de vehículos alrededor le dejaban libre el espacio necesario para observar todo a su alrededor, movía la cabeza de un lado a otro como una niña pequeña, quería guardar esas imágenes para siempre en su mente y en su corazón, estaba completamente maravillada y enamorada por todo lo que estaba viendo. Sus pulmones se llenaban de una vitalidad que nunca pensó que tenía, sus ojos cristalizados de la emoción e inocencia demostraba la felicidad que estaba sintiendo. Se sentía llena de vida, era la primera vez que conocía algo diferente, la adrenalina que corría entre sus venas la hizo sonreír en todo el camino.

Y a su lado, Terrence Kennedy estaba fascinado, pero no con la misma belleza que Erin estaba contemplando, la belleza que el observaba era muy distinta, se trataba de la simple presencia de Erin, su sonrisa iluminaba más que el sol, su piel se veía mucho más radiante gracias a la luz natural que se reflejaba en ella, su cabello estaba peinado y el  corte asimétrico que tenía, la hacía parecer unos años más joven, sin duda alguna, se veía radiante y ese comportamiento de niña curiosa, ansiosa por conocer todas las cosas que tenía para ofrecerle la localidad, ese aire de frescura y alegría era tan contagioso que Terry pensó no estar con la misma persona.

La Erin del hospital era tan seria, su semblante inexpresivo y casi mecánico hacia imposible siquiera pensar que ella podría llegar a sonreír por más de cinco minutos, pero a pesar de la seriedad que intentaba aparentar, era casi imposible que los pacientes no se desarrollarán un inmenso cariño a una de las tantas jovencitas que se hacían cargo de ellos y era en esos pequeños momentos donde la verdadera personalidad de Erin salía a la luz, y Terrence tenía la teoría, de que ahora mismo, ella estaba siendo totalmente sincera.

Un camino silencio fue lo que acompañó a los jóvenes hasta el pueblo más cercano y sin duda había sido todo un reto para Terrence sacar permiso, más si eso incluía en sus planes la salida de una enfermera, pues nadie era capaz de pensar que una vuelta por el pueblo entre un doctor y una enfermera, podría tratarse de algo tan inofensivo como una salida de amigos, algo de lo que Terry se empeñaba en dejar por entendido y algo que Erin deseaba creer, pues a pesar de encontrarse feliz, su mente seguía pensando en James, como siempre lo había hecho.

—El pueblo es muy pintoresco. — comentó Terry rompiendo así el silencio que se había creado entre ellos desde que habían partido.

Ambos había llegado ya al pueblo, que estaba decorado con flores por todas sus calles, las cuales eran muy estrechas que era mejor recorrerlas a pie, los caminos de piedra le aportaban un toque antiguo, parecía un pueblo sacado de una novela de antaño, como ese lugar ideal donde cualquier persona quisiera vivir para así encontrar su paz.

—A mi me parece maravilloso. — respondió la chica, sin dejar de sonreír.

Terrence miró a la joven que estaba a su lado y fue inevitable que una sonrisa se escapará de sus labios.

—Tienes una sonrisa contagiosa. — dijo dejándose llevar por el momento y la hermosa presencia de su compañera.

—Eso es algo nuevo. — declaró. — normalmente se contagia la risa, no una sonrisa.

Erin y Terrence ahora se encontraban caminando por las estrechas callejuelas del pueblo, disfrutando del ambiente que los rodeaba.

—Es posible que tengas la razón Erin. — destacó el joven. — Pero, hoy declaro que tu sonrisa es contagiosa. — murmuró.

Ambos habían caminado lo suficiente como para encontrarse a la entrada de una pequeña cafetería, rústica, sencilla pero a la vez con un toque único que la hacía parecer totalmente diferente a lo que una chica londinense como ella estaba acostumbrada a ver.

—Deberíamos de entrar. — opinó el joven con una sonrisa.

La chica asintió y ambos entraron al establecimiento, que a duras penas podía albergar a unas cuantas personas, el lugar era modesto y podría decirse que algo pequeño, pero eso también lo hacía único a su manera. Al entrada no fue difícil encontrar una mesa disponible y un jovencito tomó su orden, Terrence estaba ansioso y algo nervioso por entablar una conversación con su compañera, jamás había hablado con ella por mucho tiempo, sus encuentros habían sido muy cortos y limitados por el trabajo que desempeñaban, pero eso no significaba que él no pudiera estar pendiente de todo lo que a ella le correspondía.

Y a pesar de la negativa de Erin a salir con el Doctor Kennedy, estaba pensando que la idea no había sido tan mala del todo y que quizás si podía obtener una amistad por parte del contrario, pero él lo que menos quería era una amistad con Erin, desde el primer día que la vio, fue como si cupido hubiera flechado su corazón con el de ella y aunque la maniobra de ocultar sus verdaderas intenciones no era nada caballeroso de su parte, quizás había sido una jugada inteligente.

Poco a poco la conversación entre ambos comenzó a fluir y todo marchaba tan bien que Terry se sintió lo suficientemente confiado con ella, ahora se encontraban hablando como si ya no fueran dos desconocidos, por el contrario, parecían ser amigos de toda la vida, de esos que aparecen pocas veces en el camino.

La pequeña campana que había en la puerta de la cafetería sonó, indicando que alguien había entrado, en ese mismo instante la orden de Terry y Erin había llegado, la chica alzó la vista para agradecerle al joven que los había atendido cuando su mirada chocó con la mirada de James.

Se quedó helada como un iceberg, no podía moverse y por instantes había olvidado como respirar, su vista empezó a nublarse y un semblante inexpresivo reemplazo su sonrisa. James la estaba observando desde la entrada y a su lado se encontraba su entrenador. El joven Buckley se había quedado inmóvil como las montañas que rodeaban al pueblo y su respiración empezaba a dificultarse.

Habían pasado casi dos años desde la última vez que ambos cruzaron miradas, desde que compartían un mismo espacio y ahora, estaban mirándose uno al otro, sin entender lo que estaba sucediendo, pero con una alegría inexplicable dentro de sus almas.

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