Capítulo XV

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Varios meses habían transcurrido después de la partida de Erin, el ambiente de Londres seguía en la misma aura de "tensa calma" podías respirar tranquilidad, pero las noticias del desarrollo de la guerra que sacudía a todo el continente Europeo, comenzaba a ahogar a los londinenses. Uno de ellos era James, quien compraba todos los días el periódico y cuando podía escuchaba la emisora de la radio del gobierno, para así tener la mayor cantidad de información sobre todo lo que sucedía y sobre todo, por cierta chica que quizás estaba viviendo dichos acontecimientos, en carne propia.

En su mente, la imagen de Erin seguía presente y aunque la misma, no se comunicará con tanta frecuencia como el joven quisiera, siempre había una carta en el buzón destinada para él, las primeras cartas iban cargadas de alegría y entusiasmo, pero mes a mes, esa llama entre líneas, se apagaba.

Hoy como era habitual, tenía práctica de esgrima en la tarde, el joven pensó que podría pasar la mañana en plena tranquilidad, leyendo algún libro o tomando una siesta, pero su padre tenia otras intenciones. A primera hora de la mañana interrumpió su habitación, dándole la noticia que después del desayuno, acompañaría al mayor a la empresa familiar. Se trataba de una cadena de joyerías que estaban a lo largo y ancho de inglaterra. No era de sorprender que la familia de James tuviera una posición muy privilegiada entre la élite inglesa, su padre era amante del arte y de todas las cosas finas, esos gustos quedaban muy bien plasmados en la decoración de su hogar, que en vez de una casa, parecía un palacio. La familia Buckley era numerosa y tenían parientes con títulos mobiliarios, uno de sus tíos era duque y otro marqués, por parte de madre, Elizabeth Buckley era de esa clase de mujeres que dejaban fascinado a cualquer hombre, tanta elegancia y estilo en un diminuto cuerpo, a comparación de su marido, el padre de James, ella parecía una pequeña.

El primogénito de los Buckley, James, había heredado la altura de su padre, un perfecto metro ochenta, el color de sus ojos, se los debía a su madre al igual que su actitud y temperamento. Un hombre tranquilo y reservado, pero que sabía aprovechar una situación cuando se atravesaba en su camino, al igual que su padre. Luego de él, venía Camille Buckley, una jovencita pretenciosa sin rumbo fijo en su vida, era la hermana menor de Jim. Y ese era el círculo familiar inmediato de James, una joven hermana y dos padres que a pesar de demostrar poco amor, habían permanecido juntos a lo largo de los años.

Se vistió elegantemente, como era de costumbre y bajo las escaleras para llegar al comedor, su familia se encontraba reunida, solo hacía falta él, las empleadas domésticas estaban en su labor, colocando sobre la mesa del cristal, el desayuno.

—La puntualidad sinceramente no es uno de tus fuertes. — murmuró de forma despectiva el patriarca de la familia, sin levantar la vista del periódico que estaba leyendo.

—Deja al niño Richard. — comentó su madre. — Ven hijo, siéntate para que desayunes, luces pálido ¿te haz excedido en tu entrenamiento?

—Por favor Elizabeth, mira como está de blandengue, esa escuela y ese entrenamiento, no sirven.

El joven suspiró sin comentar ni una sola palabra y se acercó a la silla más cercana para sentarse en ella.

—Llego la correspondencia. — habló Camille. James alzó la vista, con sus ojos iluminados de ilusión. — ¿Esperas una carta de tu admiradora? — canturrio.

—Camille, solo dile a James si tiene correspondencia, por favor. — pidió su madre.

—Si tiene. — murmuró de mala gana, tirando en la  mesa un sobre. — ¿cuando conoceremos a la chica? — preguntó. — me sentaría bien tener una cuñada.

—Ya basta Camille. — ordenó con voz demandante el padre. — Y dime James ¿de que chica habla tu hermana? — el mayor dejó el periódico sobre la mesa psra prestar atención a lo que su hijo tenía para decir.

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