Capítulo XX

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La sala del comedor del hospital se encontraba repleto de enfermeras y doctores, algunos terminan su turno mientras otros apenas iban a comenzar el suyo, ese era el caso de Erin, quien le había tocado ser enfermera de guardia en el horario nocturno, se preparaba mentalmente para ello mientras cenaba y no muy a lo lejos de ella se encontraba el doctor Terrence, o como le decían las demás enfermeras "El apuesto doctor Terry" había una cierta clase de elegancia mezclada con coquetería de la más discreta, eso era lo que ella había podido notar, su tono de voz, como le sonreía a todas las enfermeras cuando pasaba a sus lados, esos pequeños detalles que lo convertían en un coqueto en potencia, hacía que Erin sintiera cierto repeluz cuando estaba en su presencia.

Quizás era ella la que se encontraba mal y solamente el doctor deseaba ser amable con todos, pero no encontraba normal que el joven doctor en tan solo unaa semanas de haber llegado, haya conquistado el corazón de todas las enfermeras, el respeto de los doctores y el cariño de los pacientes.

—Debes admitirlo Erin, es sumamente apuesto. — mencionó Adelaide quien se encontraba sentada a su lado.

—Nunca lo he negado. — murmuró la peli negra siendo sincera. — Solo, hay algo que no me gusta de él, no creo que las personas sean tan sonrientes y agradables.

Adelaide se encogió de los hombros, resignada.

—Deberías de darle una oportunidad para conocerlo, todas nos hemos dado cuanta como te ve. — añadió la muchacha.

—Y-yo, yo ya tengo a alguien y lo sabes. — respondió la joven tartamudeando un poco.

—Si, tu maravilloso James.

—Si, ese. — suspiró Erin, mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa.

—¿Lo amas? — preguntó la amiga mirando con atención la reaccion de la muchacha.

Si bien era cierto que entre ambos habían muchos sentimientos de promedio, una química increíble ¿podría ella decir que lo amaba? Era sin duda una pregunta difícil de responder, quizás si hubiera tenido una vida normal allá en Londres podría responder con claridad la pregunta, pero ahora la distancia le hacia una mala pasada al par de enamorados, que solo podían conformarse con demostrar su cariño, por medio de cartas, que debido a lo avanzado y complicada que se había convertido la guerra, las cartas se tardaban más y más en llegar, y pronto, la comunicación entre ambos presentaba más dificultades.

—No lo sé Adelaide, yo quiero estar con James, no se si lo ame, pero con él quiero estar cuando todo ésto termine. — respondió.

La muchacha sonrió, satisfecha con la respuesta de su amiga, pero en su mente, sentía que las cosas con James, se trataba más de un amor momentáneo, de esos que llegan, dejan una huella y después se desvanecen como el humo. Ella pensaba que Erin debería de aventurarse, conocer otras personas, vivir la vida al máximo y no conformarse con el amor entre cartas que estaba teniendo. Pero, por otra parte, Erin pensaba que ese amor, era suficiente para ella.

—Bueno, yo solo digo, no está demás probar cosas nuevas. — murmuró Adelaide, para luego cambiar completamente la conversación con su amiga.

Un poco más de diez minutos y ya se habían despedido, Adelaide se marchaba a su habitación y Erin a sus labores. Anotó su nombre y apello en la lista que le había pasado una enfermera de administración, allí registraban la hora de entrada y salida de las enfermeras y los doctores, para llevar control de las horas trabajadas y de cuantas horas de descanso gozaban. El lapicero negro que tenía en sus manos, se le había agotado la tinta y mientras la enfermera buscaba un nuevo bolígrafo, Erin intentaba lograr que del viejo lapicero, saliera tinta.

—Toma.

Ella alzó la mirada y se encontró con el perfil de Terrence Kennedy, jamás lo había visto tan de cerca, era incluso más sinpatico entonces.

—Gracias. — la muchacha tomó el bolígrafo que su compañero le había prestado y escribió rápidamente su nombre y apellido, junto con la hora de llegada.

—Lindo nombre. — comentó el doctor mirando fijamente la hoja donde estaba plasmado el nombre de Erin.

—Gracias. — respondió por segunda vez, haciendo una mueca que imitaba a una sonrisa.

Así de cerca el doctor Kennedy parecía más intimidante, su altura tenía que sobrepasar al metro ochenta, de eso no cabía duda alguna, su rostro perfilado quizás formaba parte de lo que hacía delirar a todas las mujeres del lugar.

—Doctor Kennedy aquí tiene la lista. — interrumpió la enfermera. — Chica, devuelvele el bolígrafo al doctor. — pidió.

Erin reaccionó y extendió rápidamente su mano, para entregarle el bolígrafo, Terrence sonrió amablemente, o eso deseaba pensar Erin, aunque el gesto que hizo cuando tomó el lapicero, la dejó completamente desconcertada, en plena acción, tuvo la osadía de tocar su mano con la de él, un rápido movimiento, cuestión de segundos, sin duda algo que ella no esperaba, y podría tratarse de una de las armas que tenía Terry bajo su manga, pues necesidad de tocarle la mano a la peli negra no había, pues había colocado el bolígrafo en tal posición, que no ers necesario el roce de sus manos, pero sin embargo, él hizo que sucediera.

—Los pacientes dicen que eres una muy buena enfermera. — comentó el hombre tratando de sacar un tema de conversación con la joven, mientras se anotaba en la lista.

—Si, eso dicen, pero no deberían de hacerlo, solo hago mi trabajo, como todos. — respondió la muchacha, intentando de ocultar sus méritos.

—Soy partidario de que cuando se realiza un buen trabajo, el mismo debe ser reconocido y aplaudido. — Terrence había dejado la lista sobre la mesa y a continuación procedió a guardar su bolígrafo. — ¿la modestia es una de tus virtudes? — pregunto.

Ella se encogió de hombros, sin saber que responderle al mayor.

—Tienes acento londinense ¿o me equivoco? — siguió cuestionando el muchacho.

—Si, soy de Londres. — respondió Erin, mientras colocaba un mechón de su cabello detrás de su oreja. — Su acento es un poco diferente. — murmuró.

—Soy de un pueblo de Escocia. — contestó el hombre. — es un lugar maravilloso, lleno de colinas, montañas y ríos, supongo que no hay nada de eso en Londres. — aseguró.

Ya ambos habían comenzado a caminar por los solitarios pasillos del hospital, para ambos dirigirse a sus labores.

—No, Londres es una ciudad muy vertiginosa, pero tiene su propio encanto. —respondió con sinceridad.

—Apuesto que si. — añadió. — pareces una chica muy interesante Erin ¿Que te parece si haces la guardia conmigo?

Lo dudo por unos instantes, ya que no estaba segura si eso era una buena idea.

—¿No hay problema? — preguntó.

—Ninguno. — respondió el mayor.

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